domingo, 3 de enero de 2010

Maurizio Cattelan


Maurizio Cattelan es un artista italiano. Esencialmente autodidacta, su obra se mueve entre la escultura y la performance y tiene en el sentido del humor y la trasgresión de los símbolos establecidos sus principales armas de expresión. En su individual del MOMA de Nueva York, en 1998, hizo que un actor vestido de Picasso, provisto de una gran careta que caricaturizaba el rostro del pintor, saludara a los visitantes al puro estilo de Disney World; un modo de llamar la atención sobre la inercia mercantil y espectacular del arte contemporáneo. Otra de sus intervenciones más conocidas tuvo lugar en 1999 en la galería Anthony d´Offay, donde instaló una réplica del monumento Mail Lin de Washington, en la que sustituyó los nombres de las víctimas de la guerra de Vietnam por las derrotas de la selección inglesa de fútbol; corrosiva broma sobre la gravedad con la que se trata el mundo del fútbol, sobre la proporción y la comparación, sobre las diferentes memorias nacionales.


La obra de Cattelan (instalaciones, videos, fotografías, acciones y objetos), como manifestáramos, se funda en el mecanismo del humor. Con ese medio consigue trastocar las reglas del juego en el ambiente del arte, para comentar irónica y críticamente, materias socialmente controvertidas, de un modo subversivo y humorístico. Los temas de sus obras – con un martiz en ocasiones intervencionista – pueden ser tanto las tendencias racistas en Italia o la influencia de la mafia, como cuestiones intrínsecas al arte.
En una ocasión, este enfant terrible del arte italiano subalquiló su espacio de exposición a un fabricante de perfumes, que instaló allí un display publicitario con sus productos.
Al saber aprovechar para su trabajo las condiciones del sistema del arte, su método suele ser llamado parasitario. Frecuentemente, Cattelan emplea símbolos de huida de la exposición, en forma de sábanas anudadas unas a otras o de un agujero cavado en el suelo de la sala. Sus retratos habrán de interpretarse en este contexto, los encarga a un dibujante de la policía, que los delines siguiendo las descripciones que le va dando de sus amigos y familiares; conscientemente tienen un aire de cartel de busca y captur. Cattelan sabe presentar con métodos sencillos sus objeciones contra las condiciones de una exposición. En 1994, persuadió a su distribuidor de París Emmanuel Perrotin a pasar un mes como un gigante vestido de color rosa falo. En otra ocasión, la Secesión Vienesa le invitó a montar una exposición en un sótano, instaló entonces dos biciletas con las que dos vigilantes -en el momento de entrar algún visitante- generaban la exigua energía necesaria para una bombilla de 15 vatios. De este modo, Cattelan no sólo expresaba su opinión sobre las salas, de techos bajos y sin ventanas, del sótano, sino que también ponía al visitante en una situación embarazosa, pues los vigilantes sólo pedaleaban para accionar la dinamo cuando alguien entraba. De este modo, Cattelan simbolizaba de modo convincente las jerarquía y las relaciones de dependencia en el mundo del arte.
Como señala López Anaya[*], quizá la más agria polémica provocada por la obra de Cattelan fue en la muestra Apocalipsis (Londres), cuando representó a Juan Pablo II, modelado en tamaño natural, abatido por un meteorito, en una obra titulada "La nona hora" (1999). En una exposición presentó un caballo embalsamado colgando del cielo raso, a cuatro o cinco metros de altura, mediante un arnés. Cattelan, durante su exhibición individual, en 1993, obligó a sus galeristas napolitanos a vestir las ropas de Tarzán y Jane.
Cattelan es un artista sofisticado y sabe que se burla del mundo del arte sin caer en la trampa de la ingenuidad de pensar que puede subvertir un sistema del que es parte



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