ENTREVISTA A GINOU RICHER La sombra de Edith Piaf
Nadie conoció a la cantante como ella. Escribió su biografía y asesoró en el guión de "La vie en rose".
Hannah Westley THE GUARDIAN. ESPECIAL PARA CLARIN
Nadie conoció a Edith Piaf como Ginou Richer. "Tenía apenas 16 años cuando conocí a Edith" dice. "Fue en 1948, y ella ya era una gran estrella. Mi novio estaba en un grupo llamado Les Compagnons de la Chanson, que hacía giras con Edith y, contra los deseos de ella, me llevaba de contrabando. Cuando descubrieron mi presencia, la gran dama vino a echarme del hotel, pero congeniamos instantáneamente".Actualmente, Piaf está siendo redescubierta por una nueva generación de franceses. Acaban de publicarse las memorias de Richer sobre los quince turbulentos años que pasó como compañera del "Gorrión" más amado del país, y Richer también trabajó como asesora de guión en La vie en rose, tributo colorido y dramático a la vida de la gran cantante y compositora, recordada sobre todo por interpretaciones emotivas de canciones como Je ne regrette rien (No me arrepiento de nada), El himno al amor y la canción que da título al filme.La película fue interpretada por Marion Cotillard. Richer también aparece en el filme, como una leal integrante del entorno de Piaf, pero sus memorias, Piaf, Mon Amie, recuerdan una amistad que fue tan intensa y gratificante como cualquiera de los muchos romances de la Piaf. "Terminé siendo su compañera. Me ocupaba de todo, del pelo, la ropa, el maquillaje, pero nunca recibí un sueldo. Vivíamos juntas como si fuéramos una pareja. Ella siempre hablaba de nuestra casa o nuestro auto".Cuando Piaf y los Compagnons se separaron, Richer eligió quedarse con Piaf. "Me llevaba casi veinte años pero eso no tenía la menor importancia", dice. "Intercambiábamos papeles: a veces ella hacía de madre y otras veces la madre era yo. La mayor parte del tiempo, éramos dos nenas. Cuando estábamos de gira y no había un hombre en su vida, dormía con ella en la misma cama; y cuando tenía un amante, yo dormía en otra parte. Pero no había ambigüedad en nuestra relación, nunca nos tocamos un pelo. ¡A Edith le encantaban los hombres! Eramos amigas del alma: yo venía de los callejones de París, igual que ella".El público amaba a la Piaf por su vulnerabilidad tanto como por su efervescencia; a menudo alentaba a los periodistas a escribir ficciones más que realidades, con plena conciencia del poder de su propia mitología. En privado, su amor a la vida, su energía y fuerte carácter hacían de ella una compañera demandante. "Podía ser una tirana", dice Richer. "Era tan exigente consigo misma que esperaba lo mismo de los demás. De mí, simplemente esperaba que estuviera presente todo el tiempo. Siempre quería saber dónde estaba. Cuando salía sin ella, me daba su auto y su chofer para poder seguirme los pasos. Pero yo aceptaba su tiranía, era una prueba de su amor"."Era igual con todo el mundo. Recuerdo cómo insistió en que Charles (Aznavour) y yo la acompañáramos a ver Un tranvía llamado deseo una docena de vecesporque se había enamorado de Marlon Brando. Cuando decidió comer steak tartare todas las noches, esperaba que yo hiciera lo mismo". Pero la tiranía de Piaf no siempre era afectuosa. Richer recuerda que una vez Piaf la encerró en su casa de la ciudad sin comida ni compañía porque Richer estaba demasiado enferma para acompañarla en una excursión de fin de semana. "Me castigó porque no me creyó que estaba enferma, aunque recién salía del hospital. Pensó que no quería acompañarla porque iba a escaparme a ver a un novio, y la ponía furiosa que la contrariara".Cuando le tocó a Piaf estar convaleciente, tras uno de sus muchos accidentes automovilísticos, Richer pronto descubrió un misterio: mientras velaba junto a la cama de Piaf, la cantante no dormía, pero cuando estaba la enfermera de la noche, dormía como un angelito. "Después me di cuenta de que la enfermera le aumentaba la dosis de morfina sin indicaciones, sólo para asegurarse de que pasara la noche tranquila. Para mí, ése fue el momento en que empezó la dependencia de Edith".Los rumores de alcoholismo y adicción a las drogas perseguían a Piaf y si bien, más tarde, las drogas fueron necesarias para combatir el dolor del reumatismo y otras dolencias, su consumo inicialmente se vio exacerbado por la necesidad de superar las penas del corazón. Cuando su amante, el campeón mundial de boxeo Marcel Cerdan, murió en un accidente aéreo, el dolor de la cantante fue tan grande que, según Richer, nunca se recuperó del todo. "Cuando ganó el título, Piaf y yo habíamos ido a Lisieux para rezarle a Santa Teresa por él. Ella estaba segura de que iba a ganar porque esa noche sentimos olor a rosas en su habitación (símbolo de la santa). Tras su muerte, Edith trató de ponerse en contacto con él a través de varias videntes. Esto llegó a ser preocupante".En otras oportunidades, las demandas de Piaf tuvieron consecuencias más graves. Después de tener un hijo con su primer marido, Richer -siguiendo los consejos de Piaf-, se lo entregó a sus padres para que lo criaran. "Yo era muy joven", dice. "Era como si me hubiesen dado un juguete, un hermoso bebé para jugar. Edith decía que no por ser madre una sabía cómo hacerlo bien".Esa era una lección que Piaf había aprendido a los golpes. Abandonada por sus padres, una cantante callejera y un acróbata, pasó sus primeros años al cuidado de su abuela, que regenteaba un prostíbulo en Normandía. Piaf, que de chica sufrió ataques ocasionales de ceguera, fue recuperada por su padre para convertirse en su compañera de trabajo en las calles de París, donde seguramente habría encontrado el mismo destino que su madre: miseria y alcoholismo, de no haberla detectado Louis Leplee (interpretado en la película con insuperable encanto por Gérard Depardieu), el dueño de un cabaret que le dio su primera oportunidad y su primer nombre artístico, La MÉme Piaf, La chica Piaf.Richer dice que el tiempo que pasó con Piaf fue como vivir en una jaula de oro, pero cuando finalmente partió para vivir con su segundo marido en Cannes, no lo sintió como una liberación. "Ella me enseñó a disfrutar la vida, a aprovecharla al máximo. Pasábamos mucho tiempo riendo. Yo no quería dejarla, pero estaba embarazada de mi segundo hijo. Sentí que estaba en buenas manos. Estaba con su último marido (Theo Sarapo), que, a mi modo de ver, la quería tanto como la había querido yo y se iba a ocupar de ella".La Piaf pasó sus últimos años en una casa de campo en el Midi. "La veía casi a diario -dice Richer-, pero no podía aceptar que estaba tan enferma como todos decían. En mi presencia, nunca mostró tristeza ni desesperación. Siempre estaba alegre y optimista, porque era así como siempre había estado conmigo".
Nadie conoció a la cantante como ella. Escribió su biografía y asesoró en el guión de "La vie en rose".
Hannah Westley THE GUARDIAN. ESPECIAL PARA CLARIN
Nadie conoció a Edith Piaf como Ginou Richer. "Tenía apenas 16 años cuando conocí a Edith" dice. "Fue en 1948, y ella ya era una gran estrella. Mi novio estaba en un grupo llamado Les Compagnons de la Chanson, que hacía giras con Edith y, contra los deseos de ella, me llevaba de contrabando. Cuando descubrieron mi presencia, la gran dama vino a echarme del hotel, pero congeniamos instantáneamente".Actualmente, Piaf está siendo redescubierta por una nueva generación de franceses. Acaban de publicarse las memorias de Richer sobre los quince turbulentos años que pasó como compañera del "Gorrión" más amado del país, y Richer también trabajó como asesora de guión en La vie en rose, tributo colorido y dramático a la vida de la gran cantante y compositora, recordada sobre todo por interpretaciones emotivas de canciones como Je ne regrette rien (No me arrepiento de nada), El himno al amor y la canción que da título al filme.La película fue interpretada por Marion Cotillard. Richer también aparece en el filme, como una leal integrante del entorno de Piaf, pero sus memorias, Piaf, Mon Amie, recuerdan una amistad que fue tan intensa y gratificante como cualquiera de los muchos romances de la Piaf. "Terminé siendo su compañera. Me ocupaba de todo, del pelo, la ropa, el maquillaje, pero nunca recibí un sueldo. Vivíamos juntas como si fuéramos una pareja. Ella siempre hablaba de nuestra casa o nuestro auto".Cuando Piaf y los Compagnons se separaron, Richer eligió quedarse con Piaf. "Me llevaba casi veinte años pero eso no tenía la menor importancia", dice. "Intercambiábamos papeles: a veces ella hacía de madre y otras veces la madre era yo. La mayor parte del tiempo, éramos dos nenas. Cuando estábamos de gira y no había un hombre en su vida, dormía con ella en la misma cama; y cuando tenía un amante, yo dormía en otra parte. Pero no había ambigüedad en nuestra relación, nunca nos tocamos un pelo. ¡A Edith le encantaban los hombres! Eramos amigas del alma: yo venía de los callejones de París, igual que ella".El público amaba a la Piaf por su vulnerabilidad tanto como por su efervescencia; a menudo alentaba a los periodistas a escribir ficciones más que realidades, con plena conciencia del poder de su propia mitología. En privado, su amor a la vida, su energía y fuerte carácter hacían de ella una compañera demandante. "Podía ser una tirana", dice Richer. "Era tan exigente consigo misma que esperaba lo mismo de los demás. De mí, simplemente esperaba que estuviera presente todo el tiempo. Siempre quería saber dónde estaba. Cuando salía sin ella, me daba su auto y su chofer para poder seguirme los pasos. Pero yo aceptaba su tiranía, era una prueba de su amor"."Era igual con todo el mundo. Recuerdo cómo insistió en que Charles (Aznavour) y yo la acompañáramos a ver Un tranvía llamado deseo una docena de vecesporque se había enamorado de Marlon Brando. Cuando decidió comer steak tartare todas las noches, esperaba que yo hiciera lo mismo". Pero la tiranía de Piaf no siempre era afectuosa. Richer recuerda que una vez Piaf la encerró en su casa de la ciudad sin comida ni compañía porque Richer estaba demasiado enferma para acompañarla en una excursión de fin de semana. "Me castigó porque no me creyó que estaba enferma, aunque recién salía del hospital. Pensó que no quería acompañarla porque iba a escaparme a ver a un novio, y la ponía furiosa que la contrariara".Cuando le tocó a Piaf estar convaleciente, tras uno de sus muchos accidentes automovilísticos, Richer pronto descubrió un misterio: mientras velaba junto a la cama de Piaf, la cantante no dormía, pero cuando estaba la enfermera de la noche, dormía como un angelito. "Después me di cuenta de que la enfermera le aumentaba la dosis de morfina sin indicaciones, sólo para asegurarse de que pasara la noche tranquila. Para mí, ése fue el momento en que empezó la dependencia de Edith".Los rumores de alcoholismo y adicción a las drogas perseguían a Piaf y si bien, más tarde, las drogas fueron necesarias para combatir el dolor del reumatismo y otras dolencias, su consumo inicialmente se vio exacerbado por la necesidad de superar las penas del corazón. Cuando su amante, el campeón mundial de boxeo Marcel Cerdan, murió en un accidente aéreo, el dolor de la cantante fue tan grande que, según Richer, nunca se recuperó del todo. "Cuando ganó el título, Piaf y yo habíamos ido a Lisieux para rezarle a Santa Teresa por él. Ella estaba segura de que iba a ganar porque esa noche sentimos olor a rosas en su habitación (símbolo de la santa). Tras su muerte, Edith trató de ponerse en contacto con él a través de varias videntes. Esto llegó a ser preocupante".En otras oportunidades, las demandas de Piaf tuvieron consecuencias más graves. Después de tener un hijo con su primer marido, Richer -siguiendo los consejos de Piaf-, se lo entregó a sus padres para que lo criaran. "Yo era muy joven", dice. "Era como si me hubiesen dado un juguete, un hermoso bebé para jugar. Edith decía que no por ser madre una sabía cómo hacerlo bien".Esa era una lección que Piaf había aprendido a los golpes. Abandonada por sus padres, una cantante callejera y un acróbata, pasó sus primeros años al cuidado de su abuela, que regenteaba un prostíbulo en Normandía. Piaf, que de chica sufrió ataques ocasionales de ceguera, fue recuperada por su padre para convertirse en su compañera de trabajo en las calles de París, donde seguramente habría encontrado el mismo destino que su madre: miseria y alcoholismo, de no haberla detectado Louis Leplee (interpretado en la película con insuperable encanto por Gérard Depardieu), el dueño de un cabaret que le dio su primera oportunidad y su primer nombre artístico, La MÉme Piaf, La chica Piaf.Richer dice que el tiempo que pasó con Piaf fue como vivir en una jaula de oro, pero cuando finalmente partió para vivir con su segundo marido en Cannes, no lo sintió como una liberación. "Ella me enseñó a disfrutar la vida, a aprovecharla al máximo. Pasábamos mucho tiempo riendo. Yo no quería dejarla, pero estaba embarazada de mi segundo hijo. Sentí que estaba en buenas manos. Estaba con su último marido (Theo Sarapo), que, a mi modo de ver, la quería tanto como la había querido yo y se iba a ocupar de ella".La Piaf pasó sus últimos años en una casa de campo en el Midi. "La veía casi a diario -dice Richer-, pero no podía aceptar que estaba tan enferma como todos decían. En mi presencia, nunca mostró tristeza ni desesperación. Siempre estaba alegre y optimista, porque era así como siempre había estado conmigo".
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