sábado, 28 de julio de 2012

Jasper Johns (1930), y todo el arte pop

Poco se sabe de la vida de Jasper Johns, hombre reservado y celoso de su intimidad, antes de su consagración artística. Nació en 1930 en Augusta, Georgia, en el corazón del Deep South americano, y se crió con tíos y abuelos en Allendale y otras localidades de Carolina del Sur tras el divorcio de sus padres. Allí cursa estudios universitarios, pero ya en 1949 se traslada a Nueva York e ingresa en una escuela de arte comercial.
Incorporado al ejército, se le destina al Japón, donde permanece hasta 1952. Aunque algún débil rastro de influencia japonesa pueda percibirse en algunas obras muy posteriores, es posible que se deba más a la que mantuvo con el músico John Cage, uno de los personajes centrales de la vanguardia americana cuyo interés por el budismo zen es bien conocido, que a su experencia directa de la cultura nipona.
Tampoco se sabe mucho de sus primeros pasos como artistas, pues el parecer destruyó sus obras iniciales. Lo cierto es que en 1954 conoce a Robert Rauschenberg y John Cage, ambos mayores que él. Si el primero se convierte en inseparable compañero de trayectoria artística, el segundo ejerce una influencia gradual y tamizada, además de ponerle en contacto con algunas figuras de la máxima importancia en la escena artística neoyorquina e internacional, como el coreógrafo Merce Cunningham o el propio Marcel Duchamp.
Johns y Rauschenberg se instalan en estudios cercanos en el Downtown de Manhattan y se ganan la vida diseñando escaparante. Por eso mismo año ambos encaminan su carrera de forma definitiva. En 1955 Jasper Jhons pinta su primera bandera americana, un gran panel blanco totalmente dominado por la evidencia de las barras y estrellas.
La textura, matérica y de notables calidades táctiles, es fruto de una peculiar técnica -la encáustica o pintura al encausto- que Johns rescata de la antigüedad clásica y consiste en diluir los pigmentos en cera caliente. Este procedimiento está tan unido a la obra del pintor de Augusta como sus temas característico; todos ellos -las dianas, los números- salen a escena en 1955. El paralelismo con la evolución de su compañero Rauschenberg es evidente: muchos críticos citan Pintura blanca con números, que este último había realizado en 1949, como antecedente de las series numéricas de Johns. La estrecha relación de ambos en estos años hace la hipótesis verosímil.
Tres años más tarde, en 1958, algunos objetos se añaden materialmente a los lienzos. Johns sigue, una vez más, la estela de su amigo, si bien con un sentido algo distinto. Los objetos añadidos a sus cuadros se integran siempre en un marco de relaciones esencialmente pictóricas, gobernado por principios de textura y contraste de color. En realidad, Rauschenberg estaba más cerca de de una reflexión sobre el objeto artístico similar a la planteada por los dadaístas treinta años antes, mientras que Johns recuerda más a los collages y tableaux-objet de los cubistas. No importa si lo que aparece en los cuadros son objetos encontrados o palabras y letras estarcidas -un procedimiento de raigambe igualmente cubista-; Johns los arrima en todo caso al ascua de la pintura, disciplina cuyos límites aspira a ampliar al máximo, pero manteniéndose siempre dentro de ella. En eso la herencia de los expresionistas abtractos de la generación anterior -Pollock, Rothko, Hoffman- queda de manifiesto.
Si Jasper Johns encuentra pronto su orientación artística, el lanzamiento de su carrera no se hará esperar demasiado: en 1957 participa en una exposición colectiva en el Jewish Museum y conoce a Leo Castelli, que al año siguiente le organiza su primera exposición individual de la galería a la que desde entonces quedará vinculado. También en 1958 expone en el pabellón americano de la Bienal de Venecia y el MOMA le compra varias obras.
Por esos años empieza a hacer sus primeros vaciados en bronce de objetos cotidianos (Bombilla, Linterna), al mismo tiempo que descubre la obra de Marcel Duchamp. A través de John Cage participa en escenografías y decorados para happenings de Alan Kaprow y coreografías de Merce Cunningham,y, con el comienzo de la nueva década, su obra, ya consagrada en los Estados Unidos, empieza a ser conocida en Europa. Aunque Michael Sonnabend le organiza una muestra individual 1961, será la Bienal de Venecia de 1964, en la que Rauschenberg obtiene el primer premio, el escenario de esa reputación internacional. En realidad, ambos abren las puertas de Europa al arte norteamericano de la generación anterior tanto como como a los artistas pop que vienen inmediatamente depués.
La producción de Johns está dominada por las banderas, dianas, números y alfabetos hasta los años setenta, aunque de hecho nunca los abandona del todo. En Luz de Harlem (1967) aparecen por primera vez los flagtones, un motivo serial que recuerda a un muro aparejado de forma irregular que vio, al parecer, fugazmente en un graffiti callejero. Quizá por ese camino llega, en 1972, a las grandes superficies totalmente cubiertas de crosshatchings, tramas de trazos de color distribuidos en series paralelas que se superponen e interpretran, como en un cañamazo o un tejido vistos desde cerca; nunca antes había estado Johns tan cercano a la abstracción absoluta: el ejemplo de Pollock, a quien dedica como homenaje Fragancia (1973-1974), uno de los crosshatchings más conocidos, es aquí muy claro.
En los últimos años Johns ha vuelto a incorporar imágenes a su pintura. Quizá el ejemplo más significativo de esa orientación reciente está en la serie de las Cuatro estaciones (1985-1986), premiada en la Bienal de Venecia de 1988 y remate de su prestigio como uno de los más grandes artistas de la segunda mitad del siglo.
Paralelamente debe resaltarse la gran importancia de su obra gráfica -litografías y serigrafías en su mayor parte-, desarrollada a partir de 1960 sobre los mismos temas y objetivos recurrentes de su pintura.

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