lunes, 25 de mayo de 2009

La funeraria



La Funeraria, de Bernardo Cappa, Martin Otero

A una vencida funeraria del interior, cerca de la frontera con el Uruguay, llega en un charter semiclandestino, el cuerpo de un hombre de muerte dudosa. Al tiempo llegará su familia para dar lugar al velatorio.Pero en esta funeraria hace meses no dan servicios y no todo funciona como se espera. Entre las múltiples peleas de los dueños de la casa velatoria y las urgencias de los deudos se tomarán las decisiones más absurdas y macabras para llevar adelante el acontecimiento, y que finalmente el difunto tenga cristiana sepultura.La obra se consuma con personajes que entran y salen, al ritmo de las comedias de puertas, exorcizando sus miserias; encontrando en ellas el sentido humoristico del relato.Ficha técnico artísticaDramaturgia: Bernardo Cappa, Martin OteroActuan: María Cristina Blanco, Estefanía D’Anna, Mariano Gonzalez, Sebastián Mogordoy, Fernanda Penas, Fabricio RotellaAsistencia general: Fredo La Torre, Clara SeckelDirección: Bernardo Cappa, Martin OteroWeb: http://www.sportivo-teatral.blogspot.com/

lunes, 6 de abril de 2009

Gregoris Lambrakis



A comienzos de la década del 60 en Grecia comenzó la nueva campaña de los socialistas hacia el parlamento. La campaña la inició Gregoris Lambrakis, el líder de la oposición izquierdista en Grecia. Un hombre destinado a ser el reformador del Estado. Tenía todo a su favor para salir reelegido diputado y eso la derecha fascista griega no lo podía permitir.

El 22 de mayo de 1963, al salir de un mitin político, en Salónica, a favor de la paz, Lambrakis fue arrollado por un motocarro de tres ruedas perteneciente a las fuerzas de choque de la extrema derecha griega, no contentos con ello le golpearon luego la cabeza con un palo, mientras los policías silbaban al cielo mirando para otro lado. Cinco días después Lambrakis murió a causa de la conmoción cerebral causada por los golpes.

Una investigación posterior demostró la participación del ejercito, y por consiguiente del estado, en este crimen, pero los jueces solo condenaron a segundones y de forma benigna. A su sepelio, más de medio millón de personas acompañaron el féretro y comenzó a multiplicarse por las muros de Atenas, Salónica y de las principales ciudades del país un graffiti que sólo mostraba la letra Z, en referencia a la palabra “Zei”, que en griego clásico significa “Vive”.

La larga inestabilidad política que generó este hecho, culminó en el golpe de estado en 1967 (la más negra noche de la historia europea después de Hitler) encabezado por una junta de coroneles que lo prohibió todo: al PC, al PS, al marxismo, los movimientos pacifistas, la huelga y los sindicatos, entre otras cosasMiembro destacado de la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial, Lambrakis era conocido en su país como médico y como atleta, pero sobre todo como un comprometido militante pacifista.

Apenas un mes antes de su muerte había organizado en Atenas una maratón por la paz que fue prohibido por la policía arrestando a la mayoría de los participantes, entre ellos el compositor comunista Mikis Theodorakis. Protegido por su inmunidad parlamentaria, Lambrakis siguió solo la marcha, hasta que también fue arrestado al llegar a la meta.En 1969, Costa-Gavras dirigió una película sobre estos hechos, en base a una novela de Vassilis Vassilikos. La película se llamó Z y fue una de las películas más famosas de la historia del cine político y en Grecia fue determinante para la caída del gobierno títere de los militares. La película se basó en las últimas horas de Lambrakis y en el complejo proceso judicial que siguió a su asesinato, recalcando que “cualquier parecido con hechos reales y personas vivas o muertas no es accidental, es intencionado”.

Al finalizar la película no se mostraba el reparto ni el equipo de rodaje, solo se leía una larga lista de prohibiciones establecida por la Junta de coroneles, entre ellas, además de las arriba nombradas: el pelo largo en los hombres, la libertad de prensa, Los Beatles, la música moderna y popular, Sófocles, León Tolstoi, Esquilo, escribir que Sócrates era homosexual, Eugène Ionesco, Jean-Paul Sartre, Antón Chéjov, Mark Twain, Samuel Beckett, la sociología y las enciclopedias.

Finalmente, prohibía la letra Z, que apareció garabateada, aparte de las calles de Atenas, en la última imagen de la película, como un recordatorio simbólico de que “el espíritu de la resistencia vive”.

viernes, 3 de abril de 2009

ROTBLAT Joseph


A los Herederos del Proyecto Manhattan Por Sir Joseph Rotblat, Julio 16 de 2005

Traducción de Rubén Arvizu*
En laboratorios nacionales de investigación, tales como Los Alamos o Livermore en los E.E.U.U., Chelyabinsk o Arzamas en Rusia, y Aldermaston en el Reino Unido, se emplean a millares de científicos que hacen la investigación pura aplicada para propósitos específicos. Estas investigaciones están envueltas en el secreto, propósitos que veo como la negación de la búsqueda científica: el desarrollo de nuevas, o el mejoramiento de viejas armas de destrucción total. Entre estos científicos puede haber algunos que han sido motivados por consideraciones sobre la seguridad nacional. La mayoría, sin embargo, no tiene tal motivación; en el pasado fueron atraídos a este trabajo con la idea de grandes invenciones y de la oportunidad ilimitada. Lo que está ocurriendo en estos laboratorios es no solamente una pérdida terrible del esfuerzo científico sino de la noble misión de la ciencia.
Hans Bethe, distinguido físico laureado con el premio Nobel, y en cierto momento líder del Proyecto Manhattan, dijo:
"Hoy estamos afortunadamente en una era del desarme y desmantelamiento de armas nucleares. Pero en algunos países el desarrollo de armas nucleares todavía continúa. Es incierto cuándo las naciones nucleares pueden acordar detener esto. Pero los científicos, individualmente, pueden todavía influenciar este proceso negándose a prestar sus servicios.
Por consiguiente, invito a todos los científicos en todos los países a cesar y a renunciar al trabajo que esté creando, desarrollando, mejorando y fabricando armas nucleares - y por extensión, otras armas de destrucción total tales como químicas y biológicas."
Quiero ver que la comunidad científica apoye esta llamada. Iré más lejos y sugeriré que la comunidad científica debe exigir la eliminación de armas nucleares y, en el primer caso, solicitar que las naciones nucleares honren sus obligaciones bajo el Tratado de la no Proliferación.
Permítanme, en conclusión, recordarles que el valor humano básico es la vida misma; el más importante de los derechos humanos es el derecho a vivir. Es el deber de los científicos ver que, a través de su trabajo, la vida no será puesta en peligro sino asegurada y su calidad realzada.
Joseph Rotblat
*Ruben Arvizu es Director para América Latina de la NAPF.
Datos sobre el Profesor Sir Joseph Rotblat KCMG, CBE, D.Sc., FRS, Premio Nobel de la Paz 1995: El profesor Rotblat, nació en Varsovia en 1908, y ha sido ciudadano británico desde 1946. Es profesor honorario de física, de la Universidad de Londres, y Presidente honorario de las conferencias de Pugwash sobre Asuntos de la Ciencia y del Mundo. Durante la Segunda Guerra Mundial inició los trabajos sobre la bomba atómica en la universidad de Liverpool, y más tarde se unió al Proyecto Manhattan en Los Alamos. Cuando quedó claro que Alemania no estaba elaborando esa arma, él dimitió del proyecto, el único científico que lo hizo antes de que la bomba fuera probada.
Después cambió su línea de investigación a la medicina y fue Director Médico en el hospital St. Bartholomew en Londres. Es el único firmante con vida del manifiesto Russell-Einstein de 1955. Ha dedicado todos sus esfuerzos a evitar el peligro planteado por las armas nucleares, trabajando con la conferencia de Pugwash sobre Asuntos de la Ciencia y del Mundo, organización que él ayudó a establecer, y con la cual comparte el premio Nobel de la Paz. Es autor de unas 400 publicaciones. El profesor Rotblat puede ser contactado en las oficinas de Pugwash en Londres, E-mail: pugwash@mac.com página web http://www.pugwash.org/
Información sobre la carta: En Ginebra en abril de 2003, Pamela Meidell mencionó al profesor Rotblat que ella había relatado una vez la historia de su renuncia al Proyecto Manhattan en una entrevista con la radio pública de Nuevo México. Durante la entrevista ella sugirió que cualquier científico nuclear que escuchara el programa, hiciera un análisis de su conciencia y siguiera el ejemplo del profesor Rotblat. Rotblat le dijo que quería saber si alguna persona había respondido a su llamado. Tristemente, Pamela le contestó que no lo sabía. Quizás este mensaje directamente de él produzca una respuesta.


El 6 de julio de 2005, The Atomic Mirror escribió una carta al professor Rotblat, el único científico nuclear que abandonó el Proyecto Manhattan, preguntando si quería enviar un mensaje al laboratorio de Los Alamos para la conmemoración el 16 julio del nacimiento de la era nuclear. Rotblat respondió con el mensaje que reproducimos.

sábado, 14 de marzo de 2009

einstein


Einstein, Albert (1879-1955)El físico alemán-americano Albert Einstein, nacido en Ulm, Alemania, Marzo 14, 1879, muerto en Princeton, N.J., Abril 18, 1955, contribuyó más que cualquier otro científico a la visión de la realidad física del siglo 20. Al comienzo de la Primera Guerra Mundial, las teorías de Einstein --sobre todo su teoría de la Relatividad-- le pareció a muchas personas, apuntaban a una calidad pura de pensamiento para el ser humano. Raramente un científico recibe tal atención del público pero Einstein la recibió por haber cultivado la fruta de aprendizaje puro.
VIDA TEMPRANALos padres de Einstein, quienes eran Judíos no vigilados, se mudaron de Ulm a Munich cuando Einstein era un infante. El negocio familiar era una fábrica de aparatos eléctricos; cuando el negocio quebró (1894), la familia se mudó a Milán, Italia. A este tiempo Einstein decidió oficialmente abandonar su ciudadanía alemana. Dentro de un año todavía sin haber completado la escuela secundaria, Einstein falló un examen que lo habría dejado seguir un curso de estudios y recibir un diploma como un ingeniero eléctrico en el Instituto suizo Federal de Tecnología (el Politécnico de Zurich). El se pasó el año próximo en Aarau cercana a la escuela secundaria de cantonal, donde disfrutó de maestros excelentes y adelantos de primera índole en física. Einstein volvió en 1896 al Politécnico de Zurich , donde se graduó (1900) como maestro escolar de secundaria en matemáticas y física. Después de dos cortos años obtuvo un puesto en la oficina suiza de patentes en Bern. La oficina de patentes requirió la atención cuidadosa de Einstein, pero mientras allí estaba empleado (1902-09), completó un rango asombroso de publicaciones en física teórica. La mayor parte de estos textos fueron escritos en su tiempo libre y sin el beneficio de cierto contacto con la literatura científica. Einstein sometió uno de sus trabajos científicos a la Universidad de Zurich para obtener un Ph.D en 1905. En 1908 le envió un segundo trabajo a la Universidad de Bern y llegó a ser docente exclusivo, o conferencista. El año próximo Einstein recibió un nombramiento como profesor asociado de física en la Universidad de Zurich. Por 1909 Einstein fue reconocido por la Europa de habla alemana como el principal pensador científico. Rápidamente obtuvo propuestas como profesor en la Universidad alemana de Prague y en el Politécnico de Zurich. En 1914 adelantó al puesto más prestigioso y de mejor paga que un físico teórico podría tener en la Europa céntrica: profesor en el Kaiser-Wilhelm Gesellschaft en Berlín. Aunque Einstein asistió a una entrevista en la Universidad de Berlín, en este tiempo él nunca enseñó cursos regulares universitarios. Einstein quedó en el cuerpo de profesor de Berlín hasta 1933, de este tiempo hasta su muerte (1955) tuvo una posición de investigación en el Instituto para Estudios Avanzados en Princeton, N.J.
TRABAJOS CIENTIFICOS. Los Papeles de 1905. En los primeros de tres papeles seminales publicados en 1905, Einstein examinó el fenómeno descubierto por Max Planck, de que la energía electromagnética parecía ser emitida por objetos radiantes en cantidades que fueron decisivamente discretas. Las energía de estas cantidades --la llamada luz-quanta-- estaba directamente proporcional a la frecuencia de la radiación. Esta circunstancia estaba perpleja porque la teoría clásica del electromagnetismo, basada en las ecuaciones de Maxwell y las leyes de la termodinámica, había asumido en forma hipotética que la energía electromagnética consistía de ondas propagadas, todo-compenetrar medianamente llamada la luminiferous ether, y que las ondas podrían contener cualquier cantidad de energía sin importar cuan pequeñas. Einstein uso la hipótesis del quántum de Planck para describir la radiación visible electromagnética, o luz. Según el punto de vista heurístico de Einstein, se puede imaginar que la luz consta de bultos discretos de radiación. Einstein usó esta interpretación para explicar el efecto fotoeléctrico, por que ciertamente los metales emiten electrones cuando son iluminados por la luz con una frecuencia dada. La teoría de Einstein, y su elaboración subsecuente, formó mucho de base para lo que hoy es la Mecánica Cuántica. El segundo de los papeles de 1905 de Einstein propuso lo qué hoy se llama la teoría especial de la relatividad. Al tiempo que Einstein supo que de acuerdo con la teoría de los electrones de Hendrik Antoon Lorentz, la masa de un electrón se incrementa cuando la velocidad del electrón se acerca a la velocidad de la luz. Einstein se dio cuenta de que las ecuaciones que describen el movimiento de un electrón de hecho podrían describir el movimiento no acelerado de cualquier partícula o cualquier cuerpo rígido definido. Basó su nueva kinemática a una nueva reinterpretación del principio clásico de la relatividad --que las leyes de la física tenían que tener la misma forma en cualquier marco de referencia. Como una segunda hipótesis fundamental, Einstein asumió que la rapidez de la luz queda constante en todos los marcos de referencia, como lo formula la teoría clásica Maxweliana. Einstein abandonó la hipótesis del Eter, porque no jugó ningún papel en su kinemática o en su reinterpretación de la teoría de electrones de Lorentz. Como una consecuencia de su teoría Einstein recobró el fenómeno de la dilatación del tiempo, en que el tiempo, análogo a la longitud y masa, es una función de la velocidad y de un marco de referencia . Más tarde en 1905, Einstein elaboró cómo, en una manera de hablar, masa y energía son equivalentes. Einstein no fue el primero proponer a todo los elementos que están en la teoría especial de relatividad; su contribución queda en haber unificado partes importantes de mecánica clásicas y electrodinámica de Maxwell. Los terceros de los papeles seminales de Einstein de 1905 concerniente a la estadística mecánica, un campo de estudio elaborado, entre otros por, Ludwig Boltzmann y Josiah Willard Gibbs. Sin premeditación de las contribuciones de Gibb, Einstein extendió el trabajo de Boltzmann y calculó la trayectoria media de una partícula microscópica por colisiones al azar con moléculas en un fluido o en un gas. Einstein observó que sus cálculos podrían explicar el Movimiento Browniano, el aparente movimiento errático del polen en fluidos, que habían notado el botánico británico Robert Brown. El papel de Einstein proveyó evidencia convincente por la existencia física del tamaño-átomo moléculas, que ya habían recibido discusión muy teórica. Sus resultados fueron independientemente descubiertos por el físico polaco Marian von Smoluchowski y más tarde elaborados por el físico francés Jean Perrin. La Teoría General de la Relatividad. Después de 1905, Einstein continuo trabajando en un total de tres de las áreas precedentes. Hizo contribuciones importantes a la teoría del quántum, pero en aumento buscó extender la teoría especial de la relatividad al fenómeno que envuelve la aceleración. La clave a una elaboración emergió en 1907 con el principio de equivalencia, en la cual la aceleración gravitacional fue priori indistinguible de la aceleración causada por las fuerzas mecánicas; la masa gravitacional fue por tanto idéntica a la masa inercial. Einstein elevó esta identidad, que está implícita en el trabajo de Isaac Newton, a un principio que intenta explicar tanto electromagnetismo como aceleración gravitacional según un conjunto de leyes físicas. En 1907 propuso que si la masa era equivalente a la energía, entonces el principio de equivalencia requería que esa masa gravitacional actuara recíprocamente con la masa de la radiación electromagnética, la cual incluye a la luz. Para 1911 Einstein podía hacer predicciones preliminares acerca de cómo un rayo de luz de una estrella distante, pasando cerca al Sol, parecía ser atraída, con inclinación ligera, en la dirección de la masa de la Sol. Al mismo tiempo, luz radiada del Sol actuaría recíprocamente con la masa del mismo, da por resultado un ligero cambio hacia el fin del infrarrojo del espectro óptico del Sol. A esta juntura Einstein también supo que cualquier teoría nueva de gravitación tendría que considerarse por un pequeño pero persistente anomalía en el movimiento del perihelio del Mercurio planetario. Aproximadamente por 1912, Einstein empezó una nueva fase de su investigación gravitacional, con la ayuda de su amigo matemático Marcel Grossmann, por adaptación de su trabajo en cuanto al cálculo del tensor de Tullio Levi-Civita y Gregorio Ricci-Curbastro. El cálculo del tensor grandemente facilitó cálculos en el cuatro-dimensión- espacio-tiempo, una noción que Einstein había obtenido de la elaboración matemática de Hermann Minkowski en 1907 de la teoría propia especial de Einstein de relatividad. Einstein llamó a su nuevo trabajo la teoría general de la relatividad. Después de varias salidas falsas publicó (tarde 1915) la forma definitiva de la teoría general. En él las ecuaciones del campo de la gravitacional eran covariantes; esto es, similar a las ecuaciones de Maxwell, el campo de ecuaciones tomo la misma forma en todos los marcos de equivalencia. Por su ventaja del principio, el campo de ecuaciones covariante le permitió observar el movimiento del perihelio del planeta Mercurio. En esta forma original, la relatividad general de Einstein se ha verificado numerosas veces en los pasados 60 años. Su vida de los últimos años. Cuando las observaciones británicas del eclipse de 1919 confirmaron sus predicciones, Einstein fue agasajado por la prensa popular. Los éticos personales de Einstein también despidieron imaginación pública. Einstein, quien después de volver a Alemania en 1914 no volvió a solicitar ciudadanía alemana, estaba con sólo un manojo de profesores alemanes quienes lo situaron como un pacifista por no apoyar la dirección de la guerra Alemana. Después de la guerra cuando los aliados victoriosos buscaron excluir a científicos alemanes de reuniones internacionales, Einstein--un Judío de viaje con un pasaporte suizo-- quedó como un enviado alemán aceptable. Las vistas políticas de Einstein como un pacifista y un Sionista lo deshuesó contra conservadores en Alemania, quienes lo marcaron como un traidor y una derrotista. El éxito público que otorgó sus teorías de relatividad evocaron ataques salvajes en los 1920s por los físicos antisemitas Johannes Severo y Philipp Lenard, hombres quienes después de 1932 trataron de crear un Ariano llamado físicos en Alemania. Sólo como una polémica quedó la teoría de la relatividad de Einstein para los físicos menos flexibles en el marco de la entrega del premio Novel para Einstein --se le otorgó no por la relatividad sino por el trabajo de 1905 sobre el efecto fotoeléctrico. Con el levantamiento de fascismo en Alemania, Einstein se mudó (1933) a los Estados Unidos abandonando su pacifismo. El completamente estuvo de acuerdo que la nueva amenaza tenía que ser reprimida por la fuerza armada. En este contexto Einstein envió (1939) una carta al presidente Franklin D. Roosevelt que instó que los Estados Unidos debían proceder a desarrollar una bomba atómica antes de que Alemania tomase la delantera. La carta, escrita por un amigo de Einstein Leo Szikard, fue uno de los muchos intermediarios entre la Casa Blanca y Einstein, y contribuyó con la decisión de Roosevelt de consolidar lo qué llegó a ser el Proyecto Manhattan. Para el público Einstein parecía un campeón de las clases no populares, tal como su objeción (1950) en el Comité de la Casa en Actividades y sus esfuerzos hacia el desarme nuclear, sus preocupaciones se centraban siempre alrededor de la física. A la edad de 59, cuando otros físicos teóricos anhelarían el retiro, él seguía su original investigación científica, Einstein y sus co-trabajadores Leopold Infeld y Banesh Hoffmann alcanzaron un mayor resultado para la teoría general de la relatividad. Pocos físicos siguieron el camino de Einstein después de 1920. Mecánica Cuántica, en lugar de relatividad general, centró su atención. Por su parte Einstein nunca podría aceptar la mecánica cuántica con su principio de indeterminancia, como lo formula Werner Heisenberg y elaborado dentro de uno nuevo por Niels Bohr. Aunque los pensamientos tardíos de Einstein fueron abandonados por décadas, los físicos hoy en día se refieren seriamente al sueño de Einstein--una gran unificación de la teoría física. La teoría de la Relatividad Especial -o Teoría Restringida de la Relatividad- trata sobre los sistemas de referencia que tomamos para observar determinados movimientos, es decir, "lo relativo" del movimiento que estamos observando dependiendo del lugar -espacio y velocidad- que poseemos, ya que éstos factores son decisivos a la hora de experimentar. Por ejemplo: si nosotros venimos en un auto con una velocidad de 20 km/h y en dirección opuesta a nuestro movimiento cruzamos con otro auto que viene con la misma velocidad, para nosotros ese auto pasó con una velocidad de 40 km/h ya que las velocidades se suman; pero en cambio, para una persona que se encontraba parada en la orilla de la carretera los dos autos pasaron a la misma velocidad: 20 km/h ya que ella se encontraba con una v = 0 km/h. Pese a todo esto, hay algo que se niega a cumplir ésta ley: la luz. Michelson y Morley realizaron un experimento para verificar la influencia que pudiera tener la velocidad de la Tierra con respecto a la luz, pero no hallaron nada, o mejor dicho, hallaron algo sí, pero los dejó muy desconcertados, ya que la velocidad de la luz a pesar de dirigir ésta en distintas direcciones, compararla con la que proviene de las estrella, era siempre la misma. Una salida a éste problema la propuso el físico holandés Hendrik Antoon Lorentz, nacido en el año 1853 y premiado con el Premio Nobel de Física en el año 1902 junto con Pieter Zeeman, el cual decía que el aparato -el cual emitía la luz- se encogía en la dirección que sigue la Tierra debido al movimiento y por eso no hay cambios en la medición de la velocidad de la luz; lo mismo pasaba con el tiempo -cambiaba-. Cuando Albert tenía 16 años escribió: "si corro tras una onda de luz, a su misma velocidad, me encontraré con electricidad y magnetismo que no cambian", es decir, que no oscilan juntos. Luego afirmó que no sólo es el aparato de Michelson y Mortimer el que se encoge, sino que es el espacio mismo el que se contrae. Einstein llegó a la equivalencia entre la masa y la energía: E = mc2; la energía es igual a la masa (m) multiplicada y vuelta a multiplicar por la velocidad de la luz (300.000 Km/s).Las consecuencias que dicha teoría traía son varias: 1. Que la masa de las partículas aumenta a medida que aumenta su velocidad; por esto los aceleradores de partículas no pueden llevarlas a la velocidad de la luz, ya que a medida le que aplicamos energía para aumentar su velocidad aumenta su masa, por tanto debemos aumentar en mayor grado la cantidad de energía aplicada para mover una partícula de un tamaño mayor, aumentando así la energía a aplicar a un valor casi infinito para que la partícula llegue a la velocidad de la luz. 2. No se puede hablar de simultaneidad, pues es imposible sincronizar relojes en diferentes lugares en marcos de referencia en movimiento. 3. No se puede viajar a mayor velocidad que la de la luz. 4. La masa de un cuerpo en reposo equivale a una energía E = mc2. Casi todas las predicciones de ésta teoría están comprobadas. Espacio TiempoEinstein, cambió tan profundamente la visión del Universo, que hizo que el espacio y el tiempo carecieran de significado por sí solos.Él utilizó el concepto del universo como un sistema de cuatro dimensiones -la cuarta sería el tiempo-. Para los que no entienden los conceptos de dimensiones, se los pasaré a explicar. Se dice que el universo tiene tres dimensiones porque: una dimensión sería la representación de una línea, en la que sólo se necesita una coordenada para encontrar un punto determinado en ella; dos dimensiones sería un plano, en donde se necesita de dos coordenadas para encontrar algún punto determinado -la altura y la anchura. Ej.: 3 puntos hacia la izquierda y uno hacia arriba (partiendo de un punto 0, 0)-; y la tercera dimensión es por ejemplo un cubo, en donde necesitas de la altura, la anchura y la profundidad para poder encontrar un punto en él, es decir, de tres coordenada; el universo es así. En pocas palabras, todo depende de la cantidad de coordenadas que se necesiten para encontrar un punto, para definir la dimensión del objeto estudiado.Einstein, con sus teorías, incluyó el concepto del tiempo, es decir, la cuarta coordenada (pero no se comporta de la misma forma que las anteriores coordenadas). Para encontrar un punto en el espacio no solo necesitas las tres coordenadas ya mencionadas, sino también la hora en que lo encontrarás allí. Por ejemplo, el vuelo de una mosca: ella no se encuentra siempre volando en el mismo punto, sino que se mueve por el espacio y a pesar de que pase por el mismo punto dos a más veces, nunca lo hará a la misma hora, sino que lo hará 2 o 3 o quien sabe cuantos segundos después.El primero que utilizó el concepto de espacio-tiempo fue el matemático germano-ruso Hermann Minkowski en el año 1907; el fue unos de los maestros de Albert.Cuando fue difundida esta noción del espacio-tiempo, trajo consigo también varias polémicas entre los físicos sobre la idea del retraso de los relojes. "Un reloj en movimiento -dijo él- marca el tiempo con más lentitud que uno que no lo está. A decir verdad, todos los fenómenos que evolucionan con el tiempo lo hacen más lentamente cuando se mueven que cuando están en reposo, lo cual equivale a decir que propio tiempo se retrasa. A velocidades ordinarias, el efecto es inapreciable, pero a 262.000 km./seg., un reloj parecería (a un observador que lo viera pasar fugazmente ante sí) que tarda dos segundos en marcar un segundo. Y, a la velocidad de la luz, el tiempo se paralizaría."La dimensión «tiempo» es más perturbadora que las otras dos relacionadas con la longitud y el peso. Si un objeto se reduce a la mitad de su longitud y luego recupera el tamaño normal o su peso para volver seguidamente al peso normal, no dejará rastro de ese cambio temporal y, por tanto, no puede haber controversia entre los criterios opuestos.Sin embargo, el tiempo es una cosa acumulativa. Por ejemplo, un reloj sobre el planeta X parece funcionar a media marcha debido a la gran velocidad de traslación; si lo mantenemos así durante una hora y luego lo llevamos a un lugar estático, su maquinaria reanudará la marcha ordinaria pero habrá quedado una marca: ¡media hora de retraso! Veamos otro ejemplo. Si dos barcos se cruzan y los observadores de cada uno estiman que el otro se traslada a 262.000 km./seg. y su reloj funciona a media marcha, cuando las dos naves se crucen otra vez los observadores de cada una pensarán que el reloj de la otra lleva media hora de retraso con respecto al suyo. Pero, ¿es posible que cada reloj lleve media hora de retraso con respecto al otro? ¡No! ¿Qué pensar entonces? Se ha denominado a este problema «la paradoja del reloj».Realmente no existe tal paradoja. Si un barco pasase cual un rayo ante el otro y las tripulaciones de ambos jurasen que el reloj del otro iba retrasado, poco importaría saber cuál de los dos relojes era verdaderamente, el retrasado porque ambos barcos se separarían para siempre. Los dos relojes no concurrirían jamás en el mismo lugar ni a la misma hora para permitir una comprobación y la paradoja del reloj no se plantearía nunca más. Ciertamente, la Teoría especial de la relatividad de Einstein es aplicable tan sólo al movimiento uniforme, y por tanto aquí estamos hablando únicamente de una separación definitiva.Supongamos, empero, que los dos barcos se cruzasen nuevamente después del fugaz encuentro y entonces fuese posible comparar ambos relojes. Para que sucediese tal cosa debería mediar un nuevo factor: sería preciso que uno de los barcos acelerase su marcha. Supongamos que lo hiciera el barco B como sigue: primero reduciendo la velocidad para trazar un inmenso arco y orientarse en dirección de A, luego avanzando aceleradamente hasta el encuentro con A. Desde luego, B podría considerarse en una posición estacionaria, pues, teniendo presente su forma de orientarse, sería A el autor de todo el cambio acelerado hacia atrás para encontrarse con B. Si esos dos barcos fueran lo único existente en el Universo, la simetría mantendría viva ciertamente la paradoja del reloj.Ahora bien, A y B no son lo único existente en el Universo, y ello desbarata la simetría. Cuando B acelera no toma solamente A como referencia, sino también el resto del Universo. Si B opta por verse en posición estacionaria no debe considerar que solamente A acelera respecto a él, sino también todas las galaxias sin excepción. Resumiendo: es el enfrentamiento de B con el Universo: En tales circunstancias el reloj atrasado será el de B, no el de A.Esto afecta a las nociones sobre viajes espaciales. Si los astronautas se trasladaran a la velocidad de la luz cuando abandonasen la Tierra, el transcurso de su tiempo sería más lento que el del nuestro.Los viajeros del espacio podrían alcanzar un destino remoto y regresar al cabo de una semana -según lo entenderían ellos-, aunque verdaderamente habrían transcurrido muchos siglos sobre la Tierra. Si el tiempo se retarda realmente con el movimiento, una persona podrá hacer el viaje de ida y vuelta hasta una estrella distante. Pero, desde luego, deberá despedirse para siempre de su propia generación y del mundo que conoció, pues cuando regrese encontrará un mundo del futuro, pues cuando regrese encontrará un mundo del futuro.


Teoria de la Relatividad


TEORIA DE LA RELATIVIDAD: A finales del siglo XIX la comunidad científica sabia que había mucho por crear e inventar, aplicando los diversos principios físicos descubiertos, tales como la electricidad, magnetismo y mecánica, pero estaban convencidos de que ya casi no quedaba nada nuevo por explicar, la naturaleza había sido descubierta en su totalidad y ahora solo tenia que comenzar a aplicarse esos conocimientos a las actividades del ser humano para su propio beneficio y bienestar.
Hasta ese momento los cimientos de la física eran dos grandes columnas construidas por dos de los científicos más grandiosos de la ciencia. Una la teoría de la mecánica, donde todos los conocimientos de cinemática y dinámica desde Aristóteles hasta Galileo, fueron condensados en una sola teoría, conocida hoy como la Mecánica Clásica, o Mecánica Newtoniana. La otra columna sustentaba la otra mitad de la física, referente a los efectos magnéticos y eléctricos conocidos desde los griegos hasta los últimos avances de Oersted, Faraday y Lenz. Toda esta información técnica fue unificada en la Teoría del Electromagnetismo del genial científico ingles James Maxwell.
Pero en realidad algo andaba mal, pues fueron apareciendo algunos nuevos cuestionamientos o efectos fisicos desconocidos, y se pensó que “puliendo” un poco los conceptos del momento podrían explicarlos fácilmente, así que casi, fueron subestimados por gran parte de los investigadores de esa época.
Esos nuevos fenómenos y cuestiones fueron:
a) El efecto fotoeléctrico
b) La formula de la radiación de un cuerpo caliente
c) Las rayas en los espectros de emisión del Hidrógeno
(Nota: esos efectos los puedes estudiar en este sitio)
Amigo sigamos con lo nuestro....
El concepto de relatividad ya existía y se conocía como la Relatividad de Galileo, y prácticamente consistía en la suma algebraica de velocidades según sea el sistema de referencia que se adopte. Por ejemplo, suponte que estés parado en el andén de una estación de trenes y en un instante pasa moviéndose hacia la derecha un vagón de pasajeros a la velocidad de 60 km/h con respecto a ti, que te encuentras detenido al costado de las vías. Para un pasajero sentado adentro del mismo vagón dicho tren se mueve a 0 Km/h, es decir, se encuentra detenido con respecto a ÉL, pues ambos se mueven juntos. Ese pasajero con respecto a TI, a que velocidad de desplaza?... no hay dudas, pasa a la misma velocidad que el vagón, ósea a 60 km/h.
Supongamos ahora que un segundo pasajero se levanta de su asiento y comienza a caminar hacia la derecha a 10 km/h. respecto del vagón. A que velocidad se mueve este respecto del pasajero sentado, creo que tampoco hay dudas, y es de 10 km./h. pues vagón-pasajero sentado pertenecen al mismo sistema.
Bien, pero ahora ese pasajero a que velocidad se desplaza respecto a TI que te encuentras sobre el anden?. Para este caso, la velocidad del pasajero será de 70 Km./h, es decir, que como ambos tienen el mismo sentido de desplazamiento dichas velocidades se suman: 60+10=70.
Si otro pasajero se levanta pero camina hacia la izquierda a 15 km/h, ahora la velocidad del mismo respecto a tu posición, será de: 60-15=45, porque tienen sentidos contrarios.
Si se quiere determinar la velocidad del primer pasajero que se paro, respecto del segundo, es de: 10+15=25 Km/h. Es como si se estarían alejando uno del otro a razón de 25 km/h adentro del mismo vagón. En el supuesto caso que ambos ahora se acercan hacia sus asientos nuevamente a la misma velocidad, también la velocidad de uno respecto del otro será de 10+15=25 Km./h., pero ahora acercándose uno al otro. Se puede usar el signo (-) para indicar que se alejan y el signo (+) para indicar que se acercan, solo es una convención.
Que pasa si uno de ellos, mientras camina hacia la izquierda a 15 km./h, saca una pelotita y la lanza hacia la derecha a razón de 50 km/h hacia la derecha. Cual será la velocidad de la pelotita respecto a TI, que sigues detenido en el anden?. Bien ahora será el cálculo es así: 60+50-15=95 Km./h.
60 del vagón hacia la derecha + 50 de la pelota hacia la derecha – 15 del pasajero hacia la izquierda=95
... amigo me sigues el concepto?,...Estás de acuerdo?.
Es tal como indicaba al inicio, la relatividad de Galileo, solo consiste en sumar velocidades usando el signo (+) o (-) según sea es sentido de las mismas. (en realidad la suma es vectorial, pero para el alcance de esta explicación alcanza con este definición)
Si se invierte la situación y ahora el pasajero desea determinar tu velocidad (que estas sobre el anden) respecto a su posición En este caso la situación es exactamente la misma, para el pasajero, es el quien se encuentra detenido y es el anden quien se mueve acercándose hacia el a la velocidad de 60 km./h es decir son dos situaciones totalmente equivalente, cada observador tiene su propia visión de la situación, y cada uno tomara los mismos valores antes calculados.
Para comenzar a darle propiedades a estos conceptos, en física se dice que cada objeto en movimiento o detenido, tiene su propio marco de medición o de coordenadas, es decir, que cada observador estudia y mensura la situación desde su propio sistema de referencia. Se puede decir que cada pasajero tiene un sistema de referencia, la pelotita tiene otro, y tú que te encuentras detenido también tienes el tuyo. En el caso del pasajero sentado, el sistema será el mismo que el del vagón, porque ambos se mueven simultáneamente. Cada uno observa al resto desde su propia ubicación, y sumará o restará las velocidades según sea el sentido del movimiento de los diversos objetos estudiados. Cuando todos los sistemas de referencia se mueven respecto de los demás a velocidades uniformes, se dice que esos sistemas son inerciales.
Resumiendo todo lo antedicho, significa que cada observador tiene su propio y único sistema de referencia. Por ejemplo tu que estás en este momento leyendo este apunte, te encuentras en reposo con respecto al sistema de referencia tierra, es decir, que tu con respecto al piso estas a cero de velocidad. Pero imagina ahora que alguien te esta mirando desde la Luna. Este observador va a concluir que tu estas girando sobre un eje a la velocidad de 1vuelta/día. Si seguimos alejándonos, y alguien se detiene en el Sol, dirá que tienes dos movimientos uno sobre tu eje y otro alrededor del sol, con una velocidad que tarda 365 días en recorrer toda la orbita. Como puedes observar cada observador desde su propio marco de referencia tiene sus propias conclusiones.
Unas líneas mas arriba cuando hablábamos de los sistemas inerciales, es importante destacar, una de sus principales características, y consiste en que cada uno de esos sistemas las leyes de la física, como la conservación de la energía, de la cantidad de movimiento lineal y angular, etc. se cumplen para cualquier observador que este dentro o fuera del sistema de referencia en estudio. Por ejemplo si adentro del vagón armo un laboratorio y realizo una serie de investigaciones de principios físicos, TODOS ELLOS SE VERIFICARAN TAL COMO SI LOS ESTUVIESE HACIENDO SOBRE LA TIERRA. Lo mismo ocurre con la pelotita, si armo sobre ella otro laboratorio y realizo más experiencias, las mismas responderán a los principios físicos conocidos. Y así sobre cualquier sistema de referencia inercial que utilice, siempre en cada uno de ellos se verificaran las leyes de la mecánica y del electromagnetismo. Si nos ponemos a pensar esto no tiene nada raro, pues nuestro laboratorio de la Tierra, no es más que otro laboratorio armado sobre una pelotita en movimiento en algún rincón del universo. Seguramente si pasa alguna nave espacial cerca del planeta, y nos observa y mide nuestros experimentos obtendrá otros valores numéricos distintos a los nuestros, pero sus conclusiones físicas serán exactamente igual a las nuestras. De todo lo antedicho, se puede concluir que no existe ningún sistema de referencia ideal, que en física se llama sistema absoluto. Es decir no existe un sistema que se encuentre totalmente en reposo y podamos referenciar todas las mediciones a ese sistema especial. No hay en el universo un sistema que sea dueño de la verdad absoluta de todas las mediciones, pues todos están en movimiento y cada uno tiene su propia realidad.
Volviendo ahora al inicio de este apunte, por allá en los primeros años del siglo XX, los científicos estaban muy concentrados tratando de determinar las diversas propiedades de la luz, tales como su velocidad exacta, su naturaleza, su energía, su medio de propagación, etc. En realidad nadie sabia como hacia para llegar de un lugar a otro. Así como el sonido usa el aire para desplazarse, la luz que medio usa para moverse. La primera respuesta fue que utiliza un medio que se encuentra en todo el universo, que es transparente, de baja densidad e inunda todos los huecos del espacio, este medio se llamo: ETER. Desde su propuesta los físicos se pusieron a tratar de encontrarlo, porque seria fantástico encontrar algo que se encuentre fijo en todo el universo para tener una referencia fija. Los primeros encargados de buscar este medio fueron dos grandes físicos experimentales, conocidos como Michelson-Morley, y así se conoce hasta nuestros días al experimento realizado. Básicamente el experimento consistía en emitir un rayo de luz en un sentido, por ejemplo, en dirección al movimiento de la tierra, y otro en sentido contrario, de tal manera que en un sentido la velocidad de la tierra se sume a la de la luz y para el otro caso se reste. (el primer rayo es mas veloz que el segundo). Esos haces de luz, luego de recorrer una misma distancia, se hacen reflejar en unos espejos para que retornen al punto de partida. Como un rayo es más rápido que otro, y deben recorrer la misma distancia, entonces llegaran al punto de partida con un retardo de tiempo, pues uno demorara más que otro en recorrer ese mismo espacio.
El experimento se hizo de diversas formas, perfeccionando los métodos de medición del sistema. Se efectuaron distintas mediciones durantes varios años, JAMAS SE PUDO MEDIR UNA DIFERENCIA, los haces siempre llegaban al mismo tiempo, la velocidad de la tierra no les influenciaba para nada.
Conclusión: EL ETER NO EXISTIA, y entonces en que se apoyaba la luz para trasladarse?.
Es aquí donde entra en escena un jovencito alemán, estudiante avanzado de ciencias físicas en Zurich, dotado de una genialidad especial, que le permitió dar una explicación clara y correcta de lo que realmente pasaba con la luz, y los objetos que se mueven a velocidad cercanas. Ese genial hombrecito, fue Albert Einstein, que en los momentos libres que tenia en su trabajo en una oficina de patentes, reformulo toda la física clásica de Newton conocida hasta ese momento. De aquí en más la mecánica clásica seria solo un caso particular de una mecánica más amplia y general, llamada mas tarde Física Relativista, y que se aplica a las partículas que se mueven a grandes velocidades. A partir de ese momento Albert Eisntein pasaría a ser el físico más grande de la comunidad científica de todos los tiempos.
Einstein partió para su teoría física desde dos postulados que parecen inofensivos pero tienen todo el poder para explicar la naturaleza del universo. (los postulados son afirmaciones sin demostración) Mas tarde dichos postulados fueron demostrados con la experiencia.
Ellos son:
1-La luz se mueve siempre a velocidad constante de 300.000 Km/seg, independiente de la velocidad de la fuente emisor.
2-No existe ningún experimento posible en una nave que nos permita saber si nos estamos moviendo.
Observa que el primer postulado ignora la relatividad de Galileo, donde se suman las velocidades. Por ejemplo si sobre el tren un pasajero saca una linterna y envía un haz de luz, cual será la velocidad del haz respecto a tu que estas detenido en el anden. Según Galileo seria: 300000+ la velocidad del tren. Pues bien, Albert , pidiendo perdón a Newton, niega toda esa teoría y propone una nueva a partir de estos postulados. A partir de los postulados que Einstein había formulado, la velocidad de la luz siempre seria constante de 300.000 Km/s “salga a la velocidad que salga”, no interesa la velocidad de la fuente. Además la luz no necesita de un medio material para transportarse, se mueve a través del vacío.
Si la velocidad de la luz dependiera de la velocidad del emisor, se tendría una forma de determinar el movimiento uniforme, experiencia que negaría al segundo postulado. Por ejemplo, si hacemos un ejercicio mental, que tanto le gustaba a Albert, suponte que vas sobre una nave que va aumentando rápidamente su velocidad y tú tienes un espejo en la mano donde te puedes ver reflejado. Resulta que cuando viajes a una velocidad superior a la de la luz, tu cara desaparecerá del espejo por que ya la luz que tu rostro irradia no lo alcanzara. Otra situación similar para reflexionar es la siguiente: suponte parado al fondo de una calle desde donde puedes observar la siguiente bocacalle a una cuadra de distancia. Hacia ti viene un auto a gran velocidad y por la calle perpendicular se le acerca una motocicleta en el mismo instante de cruzarse, de tal manera que el auto debe hacer una “S” para evitar la colisión. En este caso, si las velocidades se sumaran, la velocidad de la luz que emite el auto te llegaría antes que la de la moto ya que este se dirige hacia ti. Por lo tanto verías al automóvil hacer una “S en el aire” si saber porque, ya que la luz de la moto aun no te ha llegado.
Esto ultimo ejemplos son creaciones mentales, pero hay casos reales en el universo, como el moviendo de estrellas, donde se ha determinado fehacientemente que los postulados anteriores se cumplen y que la velocidad de una onda es siempre constante independiente del centro emisor.
En 1905, Einstein, que años mas tarde recordaría que paso por uno de los momentos mas duro y pesados de su vida científica, tuvo que aceptar que cada sistema de referencia tiene su propio espacio-tiempo, y que la idea de un tiempo absoluto como lo había planteado dos siglos antes Newton estaba errado. Matemáticamente la velocidad es igual al espacio recorrido sobre el tiempo empleado. Pero ahora bien, si la velocidad de la luz siempre debía ser la misma, no quedaba duda que el núcleo de la cuestión estaba en esos dos rígidos conceptos, y que el sentido común no nos dejaba analizarlos, porque eran obvios. Como la hora seria distinta, según la mida detenido en la vereda o subido a una carreta?. No es eso ridículo, sin sentido.
Ahora bien apliquemos esos nuevos conceptos nacidos de los postulados de Albert, a un otro ejercicio mental. Nuevamente recurriremos a dos naves espaciales en el medio del oscuro vacío en un rinconcito del universo, a miles de kilómetros de nuestra querida Tierra. Suponte que una nave tiene un reloj de luz, una especie de linterna que emite un rayo de luz hacia arriba y al llegar al techo se refleja en un espejo, para volver al punto de partida. Supongamos que el tiempo transcurrido desde la salida del rayo hasta su regreso es de 1 segundo. Para un astronauta adentro de esa nave observara que la luz sale verticalmente hacia arriba llega al espejo y regresa al origen, es decir, recorre dos veces la altura de la nave en un segundo. Ese astronauta puede ser tu es este mismo momento, donde ves subir y bajar un rayo de luz, a razón de 1 seg. por ciclo.
Ahora la segunda nave también tiene instalado exactamente el mismo sistema de reloj, con igual tiempo por ciclo y ella pasa a tu costado a una velocidad v de por ejemplo 10.000 km/h. Mi pregunta es la siguiente: como ves la trayectoria del rayo de luz desde tu nave. No crees que así como ves subir o bajar al rayo, también lo ves , simultáneamente, avanzar con la nave?. Que crees,… no tengo razón?. Realmente es así, el rayo sube y se desplaza horizontalmente, de tal forma que es movimiento compuesto es una línea inclinada hacia arriba que nace en el reloj. Para el astronauta de la nave la luz solo sube y baja, pero para ti “que estas fuera de su sistema de referencia” el rayo hace otro recorrido. Por lo antedicho, el rayo recorre “para ti que estas afuera” una distancia mayor que la doble altura que observa el astronauta interior a la nave. Si ahora aplicas el primer postulado de Einstein, donde afirma que la velocidad de la luz es siempre la misma, podrás concluir que el tiempo que tarda la luz desde que sale del reloj hasta que regresa es mayor que el que tu mides en tu propia nave que solo sube y baja verticalmente. Por lo tanto cuando mides el tiempo en una nave que se mueve con respecto a ti podrás observar que dicho tiempo se hace más lento, porque cuando en tu nave mides un segundo en la otra pasa una fracción más. Resumiendo, el tiempo trascurrido en un sistema (nave) que se mueve es siempre mas lento, es decir, los relojes atrasan.
Si analizas la situación, pero ahora invertida, notarás que el segundo astronauta, el que se mueve en el caso anterior, observara exactamente lo mismo que tu. El observará que su rayo solo baja y sube en un segundo, y que es el de la otra nave el que recorre mas distancia, por lo tanto concluirá que es su reloj el que anda bien, pero el de la otra nave esta atrasando.
Algo parecido ocurre con las toma de mediciones de distancias, que es consecuencia del atraso del tiempo. Si el espacio recorrido es igual a la velocidad por el tiempo empleado, notara fácilmente que cuando calculamos la distacia recorrida por un móvil, el espacio será distinto según se tome el tiempo de un sistema de referencia u otro. Si estoy detenido y observo pasar la nave a cierta velocidad v, el espacio en mi sistema será igual a dicha velocidad por el tiempo t. Pero resulta que ese tiempo t es menor en el sistema en movimiento, por lo tanto la nave recorrerá menos distancia en su sistema, que el calculado para el nuestro.
Resumiendo, se dice que las distancias se acortan.

Lise Meitner



David ByN De vez en cuando aparecen en diferentes ámbitos personas que son verdaderos ejemplos de consecuencia personal y de coraje. Una de estas personas es Lise Meitner, física austriaca que tuvo un papel preponderante en la investigación nuclear, especialmente en el descubrimiento de la fisión del núcleo. He aquí unos esbozos de su historia como persona, como mujer y como investigadora.
Lise Meiner nació en 1878 en Viena. Justo cuando alcanzó la edad universitaria se levantaron en Austria las limitaciones a las mujeres para que accedieran a los estudios superiores. Allí se doctoró en 1906 (fue la segunda mujer en hacerlo en esa universidad), y partió para continuar sus estudios en Berlín, donde enseñaba Max Planck. Fue la primera mujer en conseguir ser profesora física en una institución universitaria en Alemania. Ocurrió en el año 1926, en el instituto Kaiser Wilhelm (donde inicialmente no la dejaron investigar debido que era mujer). Curiosamente, cuando la prensa informó de su doctorado (mis fuentes no aclaran si el titulo vienés de 1906 o la posición en Alemania en 1926), reprodujo un título equivocado: en vez de “Problemas de la Física Cósmica”, lo que apareció en los textos fue “Problemas de la Física Cosmética”. Me pregunto si fue un desliz o mala intención por parte del redactor. Lise Meitner.Durante los casi 30 años que pasó en Berlín, Lise Meitner realizo contribuciones importantísimas en el campo de la Física Nuclear, identificando nueve nuevos elementos. Además, Lise tuvo un papel preponderante en el descubrimiento de la fisión del átomo, la escisión de éste en dos núcleos de masa mucho menor, con la generación de energía, y en su correcta interpretación teórica. Sin embargo, el premio Nobel de Química fue para su colaborador Otto Hahn, quien publicó los resultados sin darle el debido crédito (ver Piratas Celestes para un caso similar que implicó a Newton y Halley). El descubrimiento del neutron por James Chadwick en 1932 impulsó una carrera entre los equipos de Enrico Fermi, Ernest Rutherforf, Irene Joliot-Curie y Lise Meitner (en Italia, Reino Unido, Francia y Alemania, respectivamente), para crear elementos mas pesados que el uranio. Sin embargo, Meitner y Hahn conseguirían una fisión con generación de energía y neutrones suplementarios. Lise interpretó adecuadamente las observaciones y se percató de las implicaciones. Para quien quiera buscar más información sobre los procesos nucleares, recomiendo la página “Ciencia y Tecnología Nuclear”. En los años 30 la vida en la Alemania nazi era bastante complicada para una austriaca de origen judío (aunque su familia se hubiera convertido al cristianismo). La mayor parte de sus colegas judíos habían emigrado, empujados por el clima antisemita. Después de la unión forzada de Alemania y Austria en 1938 (Anschluss), quedó claro la imposibilidad de permanecer en Alemania. Con la ayuda de los físicos holandeses Fokker y Coster escapó a aquel país en julio de ese año, a pesar de que las autoridades nazi habían sido informadas por un colega de su intención de huir. De hecho, la odisea de su viaje es merecedora de la mejor pelicula o novela de aventuras y espionaje.En enero de 1939 Hahn publicó sus resultados sobre fisión, sin creer tener una explicación sobre los mismos y sin dar crédito a Meitner. Ella publicaría la explicación correcta dos meses más tarde, desde el exilio, acuñando la expresión “fisión nuclear”. También reconoció la posibilidad de producir una reacción en cadena, aunque no quiso colaborar con los aliados para la producción de armas nucleares. Hahn, que permaneció en Alemania, recibiría el premio Nobel en 1944. Aun ahora, se sigue sin reconocer adecuadamente el papel de Lise en el descubrimiento. Un caso sintomático es Wikipedia.El elemento número 109, creado artificialmente en 1982, ha sido nombrado oficialmente como Meitnerio. Un pequeño homenaje para una gran mujer, para una gran persona.Murió en Inglaterra en 1968. En su tumba se puede leer: “Lise Meitner: una física que nunca perdió su humanidad”.

domingo, 8 de marzo de 2009

Edith Piaf


ENTREVISTA A GINOU RICHER La sombra de Edith Piaf
Nadie conoció a la cantante como ella. Escribió su biografía y asesoró en el guión de "La vie en rose".

Hannah Westley THE GUARDIAN. ESPECIAL PARA CLARIN
Nadie conoció a Edith Piaf como Ginou Richer. "Tenía apenas 16 años cuando conocí a Edith" dice. "Fue en 1948, y ella ya era una gran estrella. Mi novio estaba en un grupo llamado Les Compagnons de la Chanson, que hacía giras con Edith y, contra los deseos de ella, me llevaba de contrabando. Cuando descubrieron mi presencia, la gran dama vino a echarme del hotel, pero congeniamos instantáneamente".Actualmente, Piaf está siendo redescubierta por una nueva generación de franceses. Acaban de publicarse las memorias de Richer sobre los quince turbulentos años que pasó como compañera del "Gorrión" más amado del país, y Richer también trabajó como asesora de guión en La vie en rose, tributo colorido y dramático a la vida de la gran cantante y compositora, recordada sobre todo por interpretaciones emotivas de canciones como Je ne regrette rien (No me arrepiento de nada), El himno al amor y la canción que da título al filme.La película fue interpretada por Marion Cotillard. Richer también aparece en el filme, como una leal integrante del entorno de Piaf, pero sus memorias, Piaf, Mon Amie, recuerdan una amistad que fue tan intensa y gratificante como cualquiera de los muchos romances de la Piaf. "Terminé siendo su compañera. Me ocupaba de todo, del pelo, la ropa, el maquillaje, pero nunca recibí un sueldo. Vivíamos juntas como si fuéramos una pareja. Ella siempre hablaba de nuestra casa o nuestro auto".Cuando Piaf y los Compagnons se separaron, Richer eligió quedarse con Piaf. "Me llevaba casi veinte años pero eso no tenía la menor importancia", dice. "Intercambiábamos papeles: a veces ella hacía de madre y otras veces la madre era yo. La mayor parte del tiempo, éramos dos nenas. Cuando estábamos de gira y no había un hombre en su vida, dormía con ella en la misma cama; y cuando tenía un amante, yo dormía en otra parte. Pero no había ambigüedad en nuestra relación, nunca nos tocamos un pelo. ¡A Edith le encantaban los hombres! Eramos amigas del alma: yo venía de los callejones de París, igual que ella".El público amaba a la Piaf por su vulnerabilidad tanto como por su efervescencia; a menudo alentaba a los periodistas a escribir ficciones más que realidades, con plena conciencia del poder de su propia mitología. En privado, su amor a la vida, su energía y fuerte carácter hacían de ella una compañera demandante. "Podía ser una tirana", dice Richer. "Era tan exigente consigo misma que esperaba lo mismo de los demás. De mí, simplemente esperaba que estuviera presente todo el tiempo. Siempre quería saber dónde estaba. Cuando salía sin ella, me daba su auto y su chofer para poder seguirme los pasos. Pero yo aceptaba su tiranía, era una prueba de su amor"."Era igual con todo el mundo. Recuerdo cómo insistió en que Charles (Aznavour) y yo la acompañáramos a ver Un tranvía llamado deseo una docena de vecesporque se había enamorado de Marlon Brando. Cuando decidió comer steak tartare todas las noches, esperaba que yo hiciera lo mismo". Pero la tiranía de Piaf no siempre era afectuosa. Richer recuerda que una vez Piaf la encerró en su casa de la ciudad sin comida ni compañía porque Richer estaba demasiado enferma para acompañarla en una excursión de fin de semana. "Me castigó porque no me creyó que estaba enferma, aunque recién salía del hospital. Pensó que no quería acompañarla porque iba a escaparme a ver a un novio, y la ponía furiosa que la contrariara".Cuando le tocó a Piaf estar convaleciente, tras uno de sus muchos accidentes automovilísticos, Richer pronto descubrió un misterio: mientras velaba junto a la cama de Piaf, la cantante no dormía, pero cuando estaba la enfermera de la noche, dormía como un angelito. "Después me di cuenta de que la enfermera le aumentaba la dosis de morfina sin indicaciones, sólo para asegurarse de que pasara la noche tranquila. Para mí, ése fue el momento en que empezó la dependencia de Edith".Los rumores de alcoholismo y adicción a las drogas perseguían a Piaf y si bien, más tarde, las drogas fueron necesarias para combatir el dolor del reumatismo y otras dolencias, su consumo inicialmente se vio exacerbado por la necesidad de superar las penas del corazón. Cuando su amante, el campeón mundial de boxeo Marcel Cerdan, murió en un accidente aéreo, el dolor de la cantante fue tan grande que, según Richer, nunca se recuperó del todo. "Cuando ganó el título, Piaf y yo habíamos ido a Lisieux para rezarle a Santa Teresa por él. Ella estaba segura de que iba a ganar porque esa noche sentimos olor a rosas en su habitación (símbolo de la santa). Tras su muerte, Edith trató de ponerse en contacto con él a través de varias videntes. Esto llegó a ser preocupante".En otras oportunidades, las demandas de Piaf tuvieron consecuencias más graves. Después de tener un hijo con su primer marido, Richer -siguiendo los consejos de Piaf-, se lo entregó a sus padres para que lo criaran. "Yo era muy joven", dice. "Era como si me hubiesen dado un juguete, un hermoso bebé para jugar. Edith decía que no por ser madre una sabía cómo hacerlo bien".Esa era una lección que Piaf había aprendido a los golpes. Abandonada por sus padres, una cantante callejera y un acróbata, pasó sus primeros años al cuidado de su abuela, que regenteaba un prostíbulo en Normandía. Piaf, que de chica sufrió ataques ocasionales de ceguera, fue recuperada por su padre para convertirse en su compañera de trabajo en las calles de París, donde seguramente habría encontrado el mismo destino que su madre: miseria y alcoholismo, de no haberla detectado Louis Leplee (interpretado en la película con insuperable encanto por Gérard Depardieu), el dueño de un cabaret que le dio su primera oportunidad y su primer nombre artístico, La MÉme Piaf, La chica Piaf.Richer dice que el tiempo que pasó con Piaf fue como vivir en una jaula de oro, pero cuando finalmente partió para vivir con su segundo marido en Cannes, no lo sintió como una liberación. "Ella me enseñó a disfrutar la vida, a aprovecharla al máximo. Pasábamos mucho tiempo riendo. Yo no quería dejarla, pero estaba embarazada de mi segundo hijo. Sentí que estaba en buenas manos. Estaba con su último marido (Theo Sarapo), que, a mi modo de ver, la quería tanto como la había querido yo y se iba a ocupar de ella".La Piaf pasó sus últimos años en una casa de campo en el Midi. "La veía casi a diario -dice Richer-, pero no podía aceptar que estaba tan enferma como todos decían. En mi presencia, nunca mostró tristeza ni desesperación. Siempre estaba alegre y optimista, porque era así como siempre había estado conmigo".

miércoles, 4 de marzo de 2009

La Pesca


TEATRO › RICARDO BARTIS, SERGIO BORIS Y EL REGRESO DE LA PESCA
“Hay gente que nos espera”
El director y el actor de este éxito reestrenan un trabajo premiado que recorrió los festivales del mundo. “Se produjo un cambio sustantivo en la actuación, que está más expansiva”, explican sobre la necesidad de seguir experimentando.
Por Hilda Cabrera
Con varios trofeos y luego de una gira internacional regresa La pesca y su mito de las tarariras titán, el de una al menos, la que sobrevive después de haber devorado a sus congéneres en el contaminado charco subterráneo del abandonado club de pesca La Gesta Heroica, fundado sobre los restos de una vieja fábrica cuyos sótanos inundados fueron convertidos en los ’60 y ’70 en estanques de pesca. La hambrienta Titán es el animal fabuloso de esta obra de la que se ofrecieron funciones a intervalos, justamente por las varias invitaciones a los festivales del mundo, al Delle Colline, en Torino (Italia); D’Avignon (Francia); Theater Der Welt, de Halles (Alemania); Designel International Kunstcampus, de Anvers (Bélgica); Hebbel am Ufer, de Berlín (Alemania) y Temporada Alta de Girona (España). Un recorrido apabullante que enciende el diálogo con el director Ricardo Bartís, acompañado por el actor Sergio Boris, uno de los intérpretes del elenco de La pesca.
Los otros actores ausentes en la entrevista son Luis Machín y Carlos Defeo. “Hay gente que nos espera”, dispara Bartís, y no se aleja de la verdad, pues no escasean los espectadores en el Sportivo Teatral, esa antigua casa teatro de Thames 1426 con habitaciones resguardadas para la escena y para el convite de café y vino. En esa casa, en la que destaca una máquina de coser a pedal y la foto de una mujer de otro tiempo que el equipo identifica con el nombre de Elsa (por el personaje de Los siete locos, de Roberto Arlt), se congregan estudiantes del mundo y no pocos turistas. “Es que el teatro de Buenos Aires tiene fama. No es broma, va en serio; tiene fama, como las carnes argentinas”, apunta Bartís. Lo real es que La pesca atrae.
–¿La experiencia de los viajes modificó a La pesca?
Ricardo Bartís: –Trajimos acumulaciones de otro orden. Se produjo un cambio sustantivo en la actuación, que está más expansiva. Con el relato plenamente incorporado, la energía va toda a la actuación, al contacto con los compañeros de escena y el público.
Sergio Boris: –La propuesta es la de un trabajo permanente sobre la actuación: la obra no pasa tanto por el relato, por lo que se dice en escena, sino por la intensidad, y esto no es un capricho actoral.
–¿Qué viene después de La pesca?
Bartís: –Tenemos pesca para rato. Nos dieron todos los premios y festejamos con pizza y cerveza. Esto, para nosotros, con el nivel de fobia y ostracismo que tenemos, es algo único.
–¿Los festivales invitan por modas?
Bartís: –Hay excepciones, aunque el teatro que perdura en los festivales es el que tranquiliza, el que busca consenso, una palabra que ahora está por todas partes, también en el fútbol y en la política, porque gracias al consenso se puede obtener una diputación. Lejos de eso, el teatro debe evitar el consenso y discutir para recuperar vitalidad, lenguaje y trabajo con el cuerpo. Se avanzó mucho en los ’90.
–Sin embargo usted, Bartís, se lamentó entonces de la falta de debate...
Bartís: –Tal vez no hubo un campo teórico claro y dejamos pasar la oportunidad. Tal vez las teorías nos hubieran fanatizado o nos hubieran dado un signo de solemnidad, pero aquello fue un gesto político ante el teatro oficial y comercial. Se demostró que el agrupamiento se podía dar de otra manera, con otros medios de producción, y el autor quedó más poéticamente instalado.
–Esa recuperación venía ya desde los ’80.
Bartís: –Sí, pero en los ’90 se instaló la posibilidad de generar obra, no ya en una situación de evento, sino de obra y crítica de la cultura tradicional.
–¿Y ahora?
Bartís: –Tenemos menos esperanzas que en los ’80. Atravesamos desolaciones de distinta índole. En los ’80 había voluntad de encuentro, de producción y lenguaje con un signo político diferente que excedía lo partidario. Hubo una decisión de fractura que ahora no existe; una ruptura con un teatro de representación, donde la trama funciona como sostén. Ahora el campo es difuso y está muy mezclado.
–¿Importa en esto el reconocimiento?
Boris: –El reconocimiento es necesario, como la complicidad con el otro actor que está en escena y el compromiso con los circuitos laterales al relato.
Bartís: –Uno acepta situaciones que están mal porque debe convivir con ellas y no se va a inmolar en la calle. Lo que dice Boris sobre la lateralidad es fundamental. Cuando en una obra hay agenciamiento de lenguaje y pertenencia, el actor llega a sentir un goce extremo. Este es un elemento fundante para salirse de sí. Hay actores que quedan atrapados en un único y definitivo personaje. Entonces están a la espera de algún tipo de experiencia que los libere también del personaje. El teatro es una realidad poética, y cuando nos preguntan por qué mencionamos en La pesca al peronismo, la respuesta es porque se trata de un mito. El mito es una excusa en la obra. Por las mismas razones, de-sarrollamos allí una operatoria de actividades que no parecen útiles, donde las cañas de pescar, los objetos pequeños, elementales, producen fascinación al manipularlos con cuidado.
–Bartís, ¿por qué no actúa?
Bartís: –Estoy absolutamente desentrenado, y utilizar técnicas no sirve. Es un error gravísimo. La técnica no genera lenguaje ni produce poética. Los actores poéticos, que es lo que pretendemos ser, requieren un entrenamiento superlativo para instalar en su propio cuerpo la narración, porque el actor no se constituye en personaje sino en una manera de estar en escena y potenciar el relato.
* La pesca es interpretada por Sergio Boris, Carlos Defeo y Luis Machín. De la dramaturgia, diseño espacial y dirección se ocupa Ricardo Bartís. La música es de Carmen Baliero, el vestuario de Magda Banach y la iluminación de Jorge Pastorino. La realización escenográfica corresponden a Norberto Laino y Ricardo Félix. Nuevas funciones en Sportivo Teatral, Thames 1426, los sábados a las 22 y domingos a las 21. Reservas: 4833-3585.

domingo, 1 de marzo de 2009

Diane Preston


Diana Preston: Antes de Hiroshima. De Marie Curie a la bomba atómica (Tusquets, 2008)
Por Rogelio López Blanco, jueves, 04 de septiembre de 2008
La periodista e historiadora, Diane Preston ha escrito un libro fascinante que se cierra en agosto de 1945, tras el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, lo que supuso la rendición del Japón y el fin de la Segunda Guerra Mundial, pero que se proyecta con pleno sentido histórico durante toda la Guerra Fría y en forma de ejercicio mental proyectivo, estremecedoramente verosímil, hasta hoy mismo, ante la proliferación nuclear en curso y la actual tensión entre Israel y la teocracia iraní. Así pues, a partir del 6 de agosto de 1945 ya nada sería igual en la historia de la humanidad. La autora condensa el contenido y significado de su notable obra cuando señala que Hiroshima fue la “culminación de cincuenta años de creatividad científica y de más de cincuenta años de agitación política y militar” (p. 14). En más amplio sentido, como afirma el historiador Martin Gilbert, el artefacto nuclear “cambió toda la concepción que la humanidad tenía de las guerras, el poder, la diplomacia y las relaciones entre los estados” (La Segunda Guerra Mundial, 1943-1945, La Esfera de los Libros, Madrid, 2006, p. 452).
Para simplificar la complejidad de los múltiples hilos que entretejen la historia expuesta con competencia y rigor por Diana Preston, se puede establecer una división del libro en tras grandes apartados. El primero se concentra en los descubrimientos de la física atómica, que fueron configurando el conjunto del saber científico en torno al entendimiento profundo de la composición de la materia. Aquí las vicisitudes personales de los científicos, sus patrones de trabajo y el carácter de la investigación tiene una importancia sociológica capital en la difusión y consecución de los hallazgos. Los avances iniciales se precipitaron de forma natural, la intensa sed de saber y la competencia entre mentes privilegiadas actuaban como incentivos en el progreso del conocimiento sobre la materia. En el ámbito de la física nuclear los hallazgos nacieron y se desarrollaron en un medio humano donde predominaba la comunicación y el libre intercambio y debate de ideas. Los físicos punteros sabían por medio de las publicaciones, las reuniones internacionales y las estancias de aprendizaje en laboratorios bajo la dirección de eminencias de otros países cuál era el estado de la cuestión en relación con los descubrimientos. El progreso era continuo, casi vertiginoso. Esta etapa de la historia, iniciada en la última década del siglo XIX se cierra al borde del estallido de la segunda conflagración mundial, en enero de 1939, justo cuando un equipo alemán encabezado por Otto Hahn y Lise Meitner descubre la fisión y toda la comunidad científica se percata de inmediato de las posibilidades que pueden llevar aparejadas la aplicación práctica de dicho saber en cuanto al uso de la energía liberada para fines civiles y militares. No obstante, no todo había sido un camino de rosas hasta ese momento, por feliz que fuera la visión retrospectiva tras el fin de la hecatombe culminada en 1945. La Primera Guerra Mundial había impuesto su peaje con la implicación de muchos de los científicos en las vicisitudes del conflicto (gas tóxico, guerra antisubmarina...), arrastrando consigo esa estela de dilemas morales que nunca dejarían de gravitar sobre ellos y su labor. También se ha de recordar que las leyes raciales alemanas, la persecución de los judíos desde el acceso de Hitler al poder en 1933, supusieron un aspecto en absoluto desdeñable por su irónica contribución a la concepción del arma nuclear para frenar el expansionismo nacionalsocialista.
Aunque el principal fin de la bomba fuera obtener la rendición de Alemania y Japón, también se pensaba en el impacto que tendría, como así fue, sobre los dirigentes de la Unión Soviética. Como sostiene John Lewis Gaddis (La guerra fría, RBA, 2008), la Guerra Fría ya había comenzado antes de que se pusiera fin a la Segunda Guerra Mundial
La parte siguiente, cuando la Segunda Guerra Mundial se ha desatado, supuso la aprobación y secreta dotación económica del conocido Proyecto Manhattan, una vez que los políticos fueron persuadidos por los científicos de la urgencia de poner en marcha el programa. A esta fase correspondió el establecimiento de las infraestructuras imprescindibles: terrenos, centros de experimentación, creación de equipos y selección de jefes competentes (como Robert Opprenheimer). Y así comienza el trabajo de investigación a contrarreloj por alcanzar cuanto antes en laboratorio las condiciones que pudieran dar lugar a la liberación de energía a una escala de proporciones descomunales, es decir, a la reacción en cadena autosostenida. Se obtuvo a principios de diciembre de 1942, gracias a los esfuerzos de Enrico Fermi y su equipo de Chicago. A partir de ahí, se entra en la tercera fase: quedaba la ingente tarea de solucionar los problemas logísticos y tecnológicos para construir el artefacto, escudriñar la materia explosiva más adecuada, la forma de hacerla estallar a voluntad, la prueba del ensayo con plutonio en Nuevo México (el 16 de julio de 1945 en Alamogordo), la selección y preparación de las tripulaciones y bombarderos, la elección de blancos y, finalmente, el llevar a cabo la doble acción que puso fin definitivo a la guerra. Sin olvidar en todo este proceso la perspectiva de un mundo convulsionado por la matanza, en combinación con la adopción de decisiones políticas de hondo calado según avanzaba la guerra, sujetas a compromisos internacionales y entremezcladas con asuntos de seguridad y expectativas de futuro. Esta esquemática descripción no entra en una cuestión crucial que debe ser subrayada para evitar la incongruencia de dar por hecho que las cosas ocurrieron porque era como tenían que suceder. Al contrario, lo sorprendente es que una empresa en principio tan incierta pudiera llegar a acometerse. Lo reconoce el propio del director del Proyecto Manhattan, el general Leslie Groves: “estábamos avanzando a ciegas” (p. 238). Como sostienen los especialistas en historia militar Williamson Murray y Allan R. Millet (La guerra que había que ganar, Crítica, Barcelona, 2002, p. 571): “Hasta el otoño de 1944 el Proyecto Manhattan no dio muestras de que realmente podía construirse una bomba...”. La incertidumbre fue, por tanto, la tónica general del programa nuclear Aliado, ni siquiera el mismo 6 de agosto había seguridad absoluta de que la bomba de uranio enriquecido (U235) lanzada por el bombardero Enola Gay de Paul Tibbets sobre Hiroshima hiciera explosión (como se ha mencionado, sólo se había probado en el desierto una bomba plutonio, material explosivo del que estaba compuesto el artefacto que se arrojó sobre Nagasaki).
Siguiendo la indagación de Diana Preston se puede observar cómo avanzaban los proyectos de los otros países, especialmente en el caso de Alemania, que contaba con el genio de Werner Heisenberg, pero también de Japón, iniciado por la Armada en diciembre de 1941, y la URSS
A esta cuestión esencial de la falta de seguridad se unen otros interrogantes de enorme calado que inicialmente cuestionan el proyecto. De todos los posibles caminos que se abrían al gasto y al empleo de los recursos norteamericanos, enormes pero limitados, ¿por qué Roosevelt dio su respaldo político a un desembolso tan ingente (más de 2.000 millones de dólares, 600.000 personas involucradas y una infraestructura equivalente a la de la industria del automóvil) a espaldas del Congreso? Si se repara que estas decisiones se planteaban en medio de una contienda en la que había que considerar dos teatros de operaciones de dimensiones continentales, Pacífico y Atlántico, en la necesidad vital de abastecer a las potencias aliadas (Gran Bretaña, Unión Soviética, China, etc.) y en que también era imperativo concentrarse en el desarrollo de los propios recursos militares, ¿cómo encaja en este contexto semejante dispendio, en especial sin la mínima seguridad de que el fruto se haría realidad y de que habría tiempo para su empleo?La autora no se plantea directamente estos interrogantes, pero de su trabajo se desprenden dos respuestas. Porque tanto Estados Unidos y Gran Bretaña como los científicos, que habían impulsado el proyecto desde el principio, estaban convencidos de que era una carrera contra Alemania y, en no menor medida, porque para los norteamericanos el objetivo no se circunscribía estrictamente a la Segunda Guerra Mundial. De este modo, aunque el principal fin de la bomba fuera obtener la rendición de Alemania y Japón, también se pensaba en el impacto que tendría, como así fue, sobre los dirigentes de la Unión Soviética. Como sostiene John Lewis Gaddis (La guerra fría, RBA, 2008), la Guerra Fría ya había comenzado antes de que se pusiera fin a la Segunda Guerra Mundial. Según advertía la Academia Nacional de Ciencias norteamericana en una evaluación sobre el programa a finales de octubre de 1941 “...en años venideros, la superioridad militar dependería de quien estuviera en posesión de bombas nucleares...” (p. 224). Efectivamente, siguiendo la indagación de Diana Preston se puede observar cómo avanzaban los proyectos de los otros países, especialmente en el caso de Alemania, que contaba con el genio de Werner Heisenberg, pero también de Japón, iniciado por la Armada en diciembre de 1941, y la URSS. En estas circunstancias, no son extrañas las operaciones que pusieron en marcha los Aliados, junto con la resistencia local, para poner fin a la producción y abastecimiento de agua pesada desde Noruega. Tampoco puede sorprender la lógica aplastante de Flerov, el joven científico que informó a Stalin (además del servicio de espionaje) de que los Aliados estaban detrás del arma nuclear, deducción simple del hecho de que habían desaparecido de las revistas académicas internacionales las firmas de los investigadores más renombrados en física atómica.
El problema fue que Hitler nunca vio con buenos ojos el proyecto nuclear, al contrario que los programas de las V1 y V2, razón por cual nunca se pudieron generar “los enormes recursos de mano de obra, materiales y capacidad intelectual necesaria” para llevarlo a cabo
Posteriormente se supo de las dificultades del programa alemán, del comportamiento ambiguo de sus cabezas pensantes (Heisenberg) --patriotas aunque renuentes a colaborar con el régimen nazi--, de las interferencias y compartimentaciones entre distintos organismos del Estado, del cálculo de que no habría tiempo (ahí acertaron), de las dificultades que plantearon los bombardeos de los Aliados o de los hipotéticos límites en sus conocimientos. No obstante, aunque la autora sostenga que hubiera sido “muy poco probable” que los alemanes hubiesen obtenido el artefacto nuclear, no así una “bomba sucia”, mucho más factible, es imposible olvidarse del convencimiento de los científicos que trabajaban en el Proyecto Manhattan, buenos conocedores y hasta amigos de los alemanes, como el húngaro Leo Szilard (enemigo declarado de la carrera armamentística y partidario de demostrar a los japoneses el potencial de ingenio antes de lanzarlo), Arthur Compton (físico que escribió a uno de los asesores de Roosevelt el 22 de junio de 1942: “si los alemanes saben lo que sabemos nosotros, y no nos atrevemos a descartar que lo sepan, podían lanzar bombas de fisión contra nosotros en 1943, un año antes de la fecha prevista para que nuestras bombas estén listas”, p. 245) o el judío-alemán Hans Bethe, jefe de la división de física teórica del programa (quien sostenía con meditada convicción que “era preciso construir la bomba de fisión, porque, presumiblemente, los alemanes también lo estarían haciendo”, p. 259). Por lo demás, los argumentos que aduce en favor de su posición Diana Preston son en buena parte factores que lastraban el plan, no el potencial científico que atesoraban los investigadores alemanes para llevarlo a efecto en caso de habérselo propuesto y de contar con los medios necesarios. Quizá sea éste el aspecto del libro que suscite más polémica y objeciones. En este extremo, el historiador británico Richard Overy es muy claro (véase Por qué ganaron los Aliados, Tusquets, Barcelona, 2005, pp. 310 a 321). Para él, Alemania contaba con suficientes recursos científicos, humanos (incluso prescindiendo de los renuentes) y técnicos. Los investigadores conocían las formas más avanzadas (electromagnética y a través del grafito como moderador) para obtener material fisible. El problema fue que Hitler nunca vio con buenos ojos el proyecto nuclear, al contrario que los programas de las V1 y V2, razón por cual nunca se pudieron generar “los enormes recursos de mano de obra, materiales y capacidad intelectual necesaria” para llevarlo a cabo. No es que el líder nazi detuviera los trabajos, sino que su actitud derivó en un menor grado de apremio que el reclamado respecto a otros proyectos armamentísticos como el ya de fabricación de cohetes, que recibió cantidades ingentes de medios y mano de obra debido al entusiasmo que supieron suscitar en Hitler ingenieros como Wernher Von Braun (se llegaron a construir más de 6.000 cohetes y bombas volantes con un coste de más de 5.000 millones de marcos).

domingo, 22 de febrero de 2009

DESCARTES

René Descartes (1596-1650)

Descartes nació el 31 de marzo de 1596 en La Haye, en la Turena francesa. Pertenecía a una familia de la baja nobleza, siendo su padre, Joachin Descartes, Consejero en el Parlamento de Bretaña. La temprana muerte de su madre, Jeanne Brochard, pocos meses después de su nacimiento, le llevará a ser criado en casa de su abuela materna, a cargo de una nodriza a la que permanecerá ligado toda su vida. Posteriormente hará sus estudios en el colegio de los jesuitas de La Flèche, hasta los dieciséis años, estudiando luego Derecho en la Universidad de Poitiers. Según la propia confesión de Descartes, tanto en el Discurso del método como en las Meditaciones, las enseñanzas del colegio le decepcionaron, debido a las numerosas lagunas que presentaban los saberes recibidos, a excepción de las matemáticas, en donde veía la posibilidad de encontrar un verdadero saber.
2.
Esta muestra de escepticismo, que Descartes presenta como un rasgo personal es, sin embargo, una característica del pensamiento de finales del siglo XVI y principios del XVII, en los que el pirronismo ejerció una notable influencia. Terminados sus estudios Descartes comienza un período de viajes, apartándose de las aulas, convencido de no poder encontrar en ellas el verdadero saber:
3.
"Por ello, tan pronto como la edad me permitió salir de la sujeción de mis preceptores, abandoné completamente el estudio de las letras. Y, tomando la decisión de no buscar otra ciencia que la que pudiera hallar en mí mismo o en el gran libro del mundo, dediqué el resto de mi juventud a viajar, a conocer cortes y ejércitos, a tratar con gentes de diversos temperamentos y condiciones, a recoger diferentes experiencias, a ponerme a mí mismo a prueba en las ocasiones que la fortuna me deparaba, y a hacer siempre tal reflexión sobre las cosas que se me presentaban, que pudiese obtener algún provecho de ellas." (Discurso del método)
4.
Después de sus estudios opta, pues, por la carrera de las armas y se enrola en 1618, en Holanda, en las tropas de Maurice de Nassau, príncipe de Orange. Allí conocerá a un joven científico, Isaac Beeckman, para quien escribe pequeños trabajos de física, como "Sobre la presión del agua en un vaso" y "Sobre la caída de una piedra en el vacío", así como un compendio de música. Durante varios años mantienen una intensa y estrecha amistad, ejerciendo Beeckman una influencia decisiva sobre Descartes, sobre todo en la concepción de una física matemática, en la que había sido instruido por Beeckman. Continúa posteriormente sus investigaciones en geometría, álgebra y mecánica, orientado hacia la búsqueda de un método "científico" y universal.
5.
En 1619 abandona Holanda y se instala en Dinamarca, y luego en Alemania, asistiendo a la coronación del emperador Fernando en Frankfurt. Se enrola entonces en el ejército del duque Maximiliano de Baviera. Acuartelado cerca de Baviera durante el invierno, pasa su tiempo en una habitación calentada por una estufa, donde elabora su método, fusión de procedimientos lógicos, geométricos y algebraicos. De esa época será la concepción de la posibilidad de una matemática universal (la idea de una ciencia universal, de un verdadero saber) y se promete emplearla en renovar toda la ciencia y toda la filosofía.
6.
La noche del 10 de noviembre de 1619 tiene tres sueños sucesivos que interpreta como un mensaje del cielo para consagrarse a su misión filosófica. La importancia que concede Descartes a estos sueños choca con las características que se le atribuyen ordinariamente a su sistema ( racionalismo), pero según el mismo Descartes nos relata, estarían en la base de su determinación de dedicarse a la filosofía, y contendrían ya la idea de la posibilidad de fundamentar con certeza el conocimiento y, con ello, reconstruir el edificio del saber sobre cimientos firmes y seguros. Habiéndose dotado con su método de una moral provisional, renuncia a su carrera en el ejército. De 1620 a 1628 viaja a través de Europa, residiendo en París entre los años 1625-28, dedicando su tiempo a las relaciones sociales y al estudio, entablando amistad con el cardenal Bérulle, quien le animará a desarrollar sus teorías en afinidad con el catolicismo. Durante este período se ejercita en su método, se libera de los prejuicios, acumula experiencias y elabora múltiples trabajos descubriendo especialmente en 1626 la ley de refracción de los rayos luminosos. También en esta época redacta las "Reglas para la dirección del espíritu", obra inacabada que expone lo esencial de su método.
7.
En 1628 se retira a Holanda para trabajar en paz. Permanecerá allí veinte años, cambiando a menudo de residencia, completamente ocupado en su tarea filosófica. Comienza por componer un pequeño tratado de metafísica sobre el alma y Dios del que se dice satisfecho y que debe servir a la vez de arma contra el ateísmo y de fundamento de la física. Dicho tratado contendría ya las ideas fundamentales de lo que serían posteriormente las "Meditaciones metafísicas", según algunos estudiosos del cartesianismo, opinión no compartida por otros, que creen demasiado temprana la fecha como para que Descartes estuvisese ya en posesión de su metafísica.
8.
Interrumpe la elaboración de dicho tratado para escribir en 1629 un "Tratado del mundo y de la luz" que acaba en 1633 y que contiene su física, de caracter mecanicista. Pero, habiendo conocido por azar la condena de Galileo por haber sostenido el movimiento de la tierra (que también sostenía Descartes), renuncia a publicar su trabajo. Por una parte no quiere enfrentarse con la Iglesia a la cual está sometido por la fe. Por otra, piensa que el conflicto entre la ciencia y la religión es un malentendido. En fin, espera que un día el mundo comprenderá y que podrá editar su libro. Este "miedo" de Descartes ante la condena de Galileo ha llevado a algunos estudiosos a buscar en su obra un significado "oculto", llegando a interpretar la demostración de la existencia de Dios que realiza en las Meditaciones como un simple ejercico de prudencia, que no se correspondería con el "auténtico" pensamiento cartesiano sobre la cuestión. Para difundir su doctrina mientras tanto publica resúmenes de su física, precedidos por un prefacio. Es el famoso "Discurso del método", seguido de "La Dióptrica", los "Meteoros" y "La Geometría", que sólo son ensayos de este método (1637). El éxito le conduce a dedicarse completamente a la filosofía. Publica en 1641, en latín, la "Meditaciones sobre la filosofía primera", más conocida como Las Meditaciones metafísicas, que somete previamente a los grandes espíritus de la época (Mersenne, Gassendi, Arnauld, Hobbes...) cuyas objeciones seguidas de respuestas serán publicadas al mismo tiempo. En 1640 muere su hija Francine, nacida en 1635, fruto de la relación amorosa mantenida con una sirvienta. En 1644 publica en latín los "Principios de la filosofía". La publicación de estas obras le proporciona a Descartes el reconocimiento público, pero también es la causa de numerosas disputas.
9.
En 1643 conoce a Elizabeth de Bohemia, hija del elector palatino destronado y exiliado en Holanda. La princesa lo adopta como director de conciencia, de donde surgirá una abundante correspondencia en la que Descartes profundiza sobre la moral y sobre sus opiniones políticas y que le conducen en 1649 a la publicación de "Las pasiones del alma", más conocida como el Tratado de las pasiones, que será la última obra publicada en vida del autor y supervisada por él.
10.
Posteriormente realiza tres viajes a Francia, en 1644, 47 y 48. Será en el curso del segundo cuando conozca a Pascal. Su fama le valdrá la atención de la reina Cristina de Suecia. Es invitado por ella en febrero de 1649 para que le introduzca en su filosofía. Descartes, reticente, parte sin embargo en septiembre para Suecia. El alejamiento, el rigor del invierno, la envidia de los doctos, contraría su estancia. La reina le cita en palacio cada mañana a las cinco de la madrugada para recibir sus lecciones. Descartes, de salud frágil y acostumbrado a permanecer escribiendo en la cama hasta media mañana, coge frío y muere de una neumonía en Estocolmo el 11 de febrero de 1650 a la edad de 53 años.
(La obra de referencia sobre la vida de Descartes es la de Adrien Baillet: "Vie de M. Descartes", que se puede consultar en línea en la BNF.)
CAUSA
Filosofía. (Del lat. causa). La palabra causa, en su acepción más general, significa agente, energía o fuerza que, según su propia naturaleza, produce actos, efectos o fenómenos. La idea de causa, magistralmente estudiada por Aristóteles en su tiempo (V. Le P. Th. Regon, La Métaphisique des Causes, d'après Saint Thomas et Albert le Grand, París, 1886), implica multitud de sentidos, que son todos complementarios de la acepción general que queda expuesta, y entre ellos los de razón, finalidad, motivo, causa primera, impulso, etc., etc. Aristóteles distinguió hasta cinco clases de causas: 1.ª La eficiente o determinante (agente, que es la acepción directa de la causalidad). 2.ª La ejemplar (tipo o modelo de la causa eficiente). 3.ª La formal (o idea que preside a la causación). 4.ª La material (o elemento de la causalidad); y 5.ª La final (o sea el fin del acto). Se considera hace ya tiempo que la causa eficiente o determinante (distinguida en física y voluntaria) es la que contiene en sí las distintas aplicaciones del principio de causalidad que adquiere toda la concreción de que es susceptible en la llamada causa final.
Desde muy antiguo viene combatiendo el empirismo la idea de causa. Ya afirmaba Sexto el Empírico que no se puede pasar de los fenómenos visibles a sus causas, y que sólo se perciben sus relaciones de simultaneidad o sucesión en el tiempo. De entonces acá toda tendencia empírica del pensamiento ha abrigado semejante pretensión, acentuada sobre todo en Locke y en Hume, y sistematizada por St. Mill, declarando que hay que atacar «el baluarte del idealismo en la idea de causa.» Para perseguir este fin, que puede señalarse como el primero del positivismo, se ha intentado la explicación o génesis empírica de la idea de causa. Ateniéndose a la observación y a la experiencia, el positivismo quiere limitar la esfera de la inteligencia humana al conocimiento de los fenómenos y a la conexión de sus distintos órdenes mediante leyes inducidas, de suerte que la ciencia fije las relaciones invariables de sucesión entre los fenómenos, y la noción de la causalidad quede reducida a la del antecedente. Pero queda el pensamiento en lo arbitrario e indeterminado y gravita necesariamente hacia el escepticismo si, averiguados empíricamente los hechos y su sucesión, no se determina qué relaciones de sucesión son las de causalidad, porque la ciencia humana aspira a explicar y prever, y para lo primero se exige la causa como para lo segundo se requiere la ley. La génesis exclusivamente empírica de la idea de causa, que equivale a su negación, la identifica con la idea del antecedente o condición del fenómeno. Se pretende explicar empíricamente la idea de causa por la asociación (V. ASOCIACIÓN DE LAs IDEAS) y por el hábito; tal es, en realidad, el empeño más perseverante de todo el Asociacionismo ingles conocido con el nombre de «Psicología inglesa de la Asociación.» (V. L. Ferri, La Psychologie de l' Association). Para el asociacionismo inglés la causa se refiere a la sucesión, es el antecedente invariable de un fenómeno subsiguiente. Se estima entonces la causa como antecedente, el fenómeno como subsiguiente, y la relación como una secuencia uniforme, cayendo en el error inherente al sofisma post hoc, ergo propter hoc, y sobre todo incurriendo en la falsa identificación de la causa con la condición.
Para evitar semejantes errores, reconociendo la índole empírico-ideal de la noción de causa (como la de todo conocimiento científico) y la ilegítima identificación de la causa con la condición, podemos distinguir con Lotze (V. su Psychologie Physiologique) las dos maneras (en último término complementarias) que tenemos para conocer científicamente las cosas: «En la primera, cognitio rei, nuestra inteligencia se representa el objeto no sólo en su manera de ser exterior, sino en una intuición inmediata a que colaboran nuestras ideas y nuestras percepciones sensibles, y nos capacita para penetrar su naturaleza propia, transportándonos con el pensamiento a su interior, y para saber, por consecuencia, cuáles deben ser, según su índole específica, las disposiciones de tal objeto. La segunda, cognitio circa rem, consiste en un conocimiento claro y preciso de las condiciones bajo las cuales aparece el objeto y se relaciona con los demás de una manera regular.» El primer conocimiento es el de la idea o concepción de la causa, y el segundo el de las condiciones de manifestación de los fenómenos. La condición (según su significación etimológica lo indica, dicere cum) se halla constituida por el conjunto de circunstancias o causas ocasionales que acompañan a la manifestación fenomenal de una energía, circunstancias que pueden ser de naturaleza distinta del fenómeno o del efecto; pero la causa es siempre de naturaleza idéntica con la del efecto. Así es que, mientras el conocimiento de las condiciones o circunstancias según las cuales se manifiesta un fenómeno puede obtenerse cumplidamente por la observación y por la experiencia, requiere la idea de causa por lo menos un procedimiento inductivo. Y si, como dice Naville, «es la inducción la parte presente de la razón en los datos experimentales,» tan pronto como hablamos de causa, aun al identificarla erróneamente con la condición, rebasamos los límites de la experiencia y penetramos en el cognitio rei. Pero el conocimiento de la causa, complementado y no sustituido por el de condición o condiciones, según las cuales se manifiestan sus efectos, puede circunscribirse, como se observa en algunos casos, a la simple declaración de su existencia o avanzar a la percepción de su naturaleza. Para lo primero, es decir, para obtener el conocimiento de la existencia de una causa, basta el de la existencia de uno cualquiera de sus efectos (que es lo que ha servido al empirismo para caer en el error de identificarlo con la condición), mientras que para lo segundo, o sea para conocer la naturaleza de una causa, se necesita la percepción de la naturaleza de sus efectos en el número mayor posible, de todo lo cual se deduce que el conocimiento ideal de la causa se va nutriendo de los datos cada vez más amplios y extensos que ofrece la extensión de sus efectos, o que el criterio completo para el conocimiento de una energía causal requiere la sucesiva reconstrucción del concepto ideal. Como argumento práctico en pro de la distinción que dejamos establecida, puede citarse el célebre y conocido razonamiento de Descartes, punto de arranque de todo el espiritualismo francés, cuya parte de verdad y de error se percibe fácilmente si se distingue el conocimiento de la existencia de la causa del conocimiento de su naturaleza.
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Cuando Descartes contrastaba el valor de todas sus ideas y conocimientos ante la piedra de toque de la duda, declarando que no alcanza ni se aplica la duda al sujeto que piensa (en cuanto duda y la duda es pensar), inducía legítimamente de la existencia del efecto de la duda y del pensamiento a la existencia de una causa (alma) que duda y piensa. Inducción es ésta que, más o menos tocada de subjetivismo, servirá siempre de piedra angular a la concepción de la realidad espiritual.
Pero, al estimar Descartes que el conocimiento de la naturaleza de un efecto (la duda y el pensamiento) autoriza el conocimiento no sólo de la existencia, sino de la naturaleza de la causa de este efecto, induce ilegítimamente, reduciendo toda la realidad del alma al pensamiento y desconociendo que son factores anímicos de igual valor la sensibilidad y la voluntad.
Establecida la distinción entre la condición y la causa, obligado es declarar, y sin que sea lícito ya hoy ponerlo en duda, que la observación de las condiciones de manifestación de los fenómenos coopera a concebir más exactamente la idea de su causa productora; pero si ésta se niega y nos atenemos sólo a aquéllas, nos apoderamos ficticiamente de la sombra o de las apariencias fenomenales y abandonamos la realidad. Basta, para confirmarlo, observar que, según ya dejamos indicado, las condiciones para la producción de los fenómenos o efectos pueden ser de naturaleza distinta de la propia de estos mismos fenómenos, como se observa, por ejemplo, en el conjunto de condiciones somáticas que sirven de base al ejercicio de la energía psíquica (así es una condición del estudio por la noche la luz, la cual no es, sin embargo, la causa productora de la actividad mental), mientras que la causa productora ha de ser siempre de naturaleza idéntica con la de sus fenómenos o efectos. En suma, la condición o cognitio circa rem, como conjunto de circunstancias (causas ocasionales) que acompañan a la manifestación de los efectos propios de una energía causal, es distinta de la causa productora o cognitio rei de dichos efectos, pues ésta implica una realidad potencial que produce la actual en la forma sucesiva del tiempo.
Objeciones iguales a las que quedan expuestas se pueden dar por repetidas contra la pretendida explicación empírica de la noción de causa mediante el principio de la herencia o el crecimiento continuo, que considera la humanidad en la serie del tiempo como un solo hombre que subsiste siempre y aprende perpetuamente (V. SPENCER). La herencia, como principio lógico y ontológico, afirma que los principios racionales (y por tanto la noción de causa) son resultado de una dilatada educación del espíritu, y en tal sentido son adquiridos (empíricos); pero esta educación no es la del individuo, sino la de la especie, y por tanto para el primero resultan innatos. Es, pues, la teoría misma de St Mill; pero en vez de aplicarla al espíritu de un solo hombre, se extiende a la especie, desde que franquea los límites de la animalidad (V. TRANSFORMISMO), porque la herencia equivale a la memoria de la especie. Cuantas consideraciones se oponen a reducir la noción de causa a una génesis exclusivamente empírica en el individuo, son valederas contra el empirismo colectivo. No es, por otra parte, lícito prescindir en punto tan esencial del origen inmediato para nosotros de la idea de causa, que ya Maine de Biran refería al sentimiento del esfuerzo. El reconocimiento de nuestra propia causación, de que somos causa de nuestros actos, al sentirnos o percibirnos en nuestro ser como centro de reacción de fuerzas o como energía viva, autoriza, mediante esta percepción conscia e inmediata, la inducción de la causalidad es ley esencial de todo lo que existe, inducción que no contradice, sino que confirma la experiencia, atestiguando que todo ser actúa y tiene una causa conocida o ignorada. En resumen, pues, la idea de causa, merced a la sucesiva reconstrucción de su concepto empírico-ideal, es percibida inmediatamente en nosotros mismos y aplicada universalmente a toda actividad viva como principio real que concibe la conciencia racional. V . MÉTODO.
Causa final. A la causa eficiente o determinante es inherente la causa final. La causa determinante, en el orden lógico, es la razón o porqué de las cosas, y en el orden práctico, el fin o destino de los seres. Todo tiene su causa se completa diciendo: todo tiene su fin o su destino, juicio teleológico, como lo denomina Proudhon, que aplica el principio de causalidad al orden real y práctico de las cosas. Respecto a la causa final, el testimonio inmediato de la conciencia habla y depone en pro del destino o fin de todos nuestros actos, y aun prueba que aquéllos, como los de la esfera artística, cuya génesis se refiere al juego y a un exceso de energía, que les supone una finalidad sin fin (definición dada por algunos del arte), poseen un fin y destino propios, inmanente en ellos mismos (la producción de la belleza). La observación psicológica prueba, en efecto, que es de nuestra propia índole y naturaleza obrar siempre en vista de un fin, sin que la frase no hacer nada tenga sentido negativo más que en la relación, es decir, nada respecto a lo que debíamos hacer.
No se concibe, en efecto, que ejecutemos actos sin designio que los rija. Por tal motivo la observación sagaz de los ingleses ideó como pena severísima, semejante al suplicio de Tántalo, y aplicable a los grandes criminales, la que consistía en llevar piedras de un lado a otro, volverlas luego al mismo sitio, de nuevo llevarlas y de nuevo deshacer lo hecho. Y es que nada hay más contrario a nuestra naturaleza que la ausencia de fin en que emplear nuestra actividad. Así se nota que los ociosos matan el tiempo con distracciones más o menos frívolas, pero haciendo siempre algo, y que los recluidos siguen con la vista las espirales del humo de sus cigarros o el vuelo de los insectos. No se concibe por tanto actividad ni energía sin fin. Pero se ha abusado mucho, hasta caer en el ridículo, graciosamente explotado por Voltaire, del juicio teleológico o de finalidad (V. Janet, Les Causes finales), tanto por falta de discreción en sus aplicaciones, como por exceso de confusión entre los medios y el fin, todo lo cual ha contribuído a que las Causas finales hayan sido combatidas por el espíritu científico de los contemporáneos, señaladamente desde Kant. Puede, en efecto, la ausencia de finalidad consciente en la naturaleza llevar a concebir la célebre antinomia de Kant entre la fuerza y la inteligencia o entre el mecanismo y la moral. Pero tal antinomia desaparece reconociendo que no toda fuerza o causa es por sí misma inteligente, sino que el mecanismo es obra propia del pensamiento (Mens agitat molem). La adaptación de los medios al fin es cualidad propia de toda organización y de todo ser vivo, y como lo vivo es lo real, pues lo estable y muerto resulta detritus de lo vivo ( V. FECHNER y GERLAND), todo lo real tiene finalidad, siquiera en muchas de sus concreciones no haga individualmente efectiva la conciencia del fin que persigue. Justo es, sin embargo, protestar contra el abuso de las causas finales o contra la aplicación desmesurada del juicio teleológico, puesto en boga por un optimismo inocente con el célebre principio de razón suficiente de Leibniz. Semejante abuso hace declinar el pensamiento en un antropomorfismo lleno de abstractas personificaciones que pueden llegar al ridículo de declarar que el puente de la nariz es para llevar gafas. Contra ciertas inducciones precipitadas y prematuras vale el dicho de Voltaire, identificando la imbecilidad con esa finalidad ficticia que concibe toda la realidad a imagen y semejanza de lo inmediatamente percibido en nosotros mismos (antropomorfismo). Para evitar estos errores de que donosamente se mofa el empirismo científico, y para asentar en bases legítimas (sin precipitaciones del sábelo todo) la aplicación del principio de finalidad, importa no confundir los medios (que tomarnos a veces como fines, cuando son condiciones de fines que desconocemos) con las causas, y sobre todo advertir que no conocemos el fin de todas las cosas, lo cual no equivale ciertamente a la declaración de que carezcan de destino.
Causas ocasionales. El sentido recto de estas dos palabras equivale al significado de circunstancia o suceso concomitante, que acompaña a otro y provoca su manifestación, sirviendo de ocasión para ello. El sentido tradicional o significación en la historia de la filosofía es el de la hipótesis ideada por Descartes y seguida por alguno de sus discípulos para explicar la unión del alma con el cuerpo. Concebida el alma por Descartes como sustancia pensante, sin connivencia alguna con la sustancia extensa, o sea el cuerpo, no es posible explicar, según el cartesianismo, la unión ambas en el hombre, sino mediante la intervención de la causa primera o Dios. Es Dios para Descartes y sus discípulos quien, con ocasión de los fenómenos internos del alma, provoca en correspondencia con ellos los movimientos del cuerpo, y, viceversa, quien, con ocasión de los movimientos del cuerpo, hace que surjan en el alma las ideas que los representan o las pasiones en que terminan. El sistema de las causas ocasionales, iniciado en las obras de Descartes, fue desenvuelto por sus discípulos Clauberg, Malebranche, Regis, Geulinx y Laforge. Negando relaciones directas entre el alma y el cuerpo, estima la hipótesis de las causas ocasionales las causas segundas, los actos del alma y los movimientos del cuerpo, como la causa ocasional para que se manifieste la acción de Dios para determinar su unión. Desconoce semejante hipótesis la unidad de nuestra naturaleza y la espontaneidad del alma, y convierte al hombre en simple causa ocasional (agente mecánico) de una causa primera. Conserva sólo la hipótesis de las causas ocasionales un interés exclusivamente histórico, pues ni aun la acepta el espiritualismo francés, nutrido de la filosofía cartesiana.