martes, 24 de diciembre de 2013

“Ai Weiwei on Alcatraz” (27-septiembre-2014 / 26-abril-2015)

Es la primera vez que Alcatraz, la que fuera una de las prisiones de alta seguridad más legendarias de la historia entre 1934 y 1963, conocida por sus brutales condiciones de encarcelamiento, acogerá una exposición artística. Y no sobre un tema cualquiera, sino sobre un asunto del que sus muros aún guardan memoria: la privación de la libertad como un modo de castigo.
El autor es el famoso artista y disidente chino, Ai Weiwei, de renombre internacional, no solo por su obra, sino también por su activismo pro derechos humanos y en contra de los abusos de poder del Gobierno de su país, lo que le ha llevado en varias ocasiones a ser detenido y encarcelado.
En 2011 fue arrestado durante 81 días, acusado de evadir impuestos, tras haber señalado con el dedo al Gobierno chino como responsable de la tragedia que causó la muerte de miles de escolares en las aulas durante el terremoto de 2008 en Sichuan. Las autoridades le condenaron a pagar 1,7 millones de euros y sus seguidores se solidarizaron con él en una campaña en contra de la represión.
El artista conoce por experiencia propia lo que significa estar encarcelado y perder la libertad por precisamente luchar por ella, algo que le ha sucedido a él y a muchos de sus amigos que, según ha denunciado, “permanecen hoy en día encarcelados en China”.
“La equivocación de los totalitarismos es que la libertad puede ser encarcelada, pero no es así. Cuando es restringida toma el vuelo y aterriza en el alfeizar de una ventana”, expresa poéticamente Ai, quien desde siempre ha apostado por el arte como un acto de resistencia.
El tema de la libertad en todas sus facetas forma parte de la conciencia personal y artística de Weiwei, que, paradójicamente, lo más seguro es que no pueda asistir a la apertura en septiembre de su exposición en Alcatraz, ya que las autoridades chinas le han retirado su pasaporte y no le es posible viajar.
“El artista nunca ha visitado Alcatraz, pero desde el primer momento que le llegó a sus manos la propuesta le interesó la historia de la que fuera prisión militar y luego federal”, comenta el galerista de San Francisco , Cheryl Haines, quien está colaborando en el proyecto, auspiciado por el Nacional Park Service y Golden Gate Nacional Park Conservancy.
“Aunque es muy pronto para avanzar en que va a consistir la muestra, las líneas maestras van a girar en torno a la libertad de expresión, uno de los pilares fundamentales de los derechos humanos, y como determinados gobiernos imponen su restricción para controlar a la gente”, comenta. El artista está creando en su estudio de Beijing esculturas, sonidos y trabajos multimedia para incorporarlos al espacio de Alcatraz, que por primera vez abrirá espacios restringidos hasta ahora al público.
Haines, a través de la fundación sin ánimo de lucro For-Site que el mismo creó para lanzar proyectos de arte público en la zona de la Bahía, está promoviendo una campaña para obtener fondos para financiar la exposición que se podrá ver sin coste adicional alguno, por los 30$, incluido el barco, que cuesta visitar la isla de Alcatraz, donde se alza el edificio del antiguo penal. Un lugar muy popular en la bahía de San Francisco que anualmente recibe 1,5 millones de visitantes.
Las fechas previstas de la muestra “Ai Weiwei on Alcatraz” son del 27 de septiembre al 26 de abril del 2015. Los organizadores esperan que de aquí a entonces el artista pueda recuperar su derecho de moverse libremente por el mundo y viajar hasta San Francisco.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Repasando la vida de CLAES OLDENBURG

1929 Nace en Estocolmo. Sus padres eran Sigrid Elisabeth Lindforss y Gösta Oldenburg, un diplomático agregado al Consulado de Suecia en Nueva York.
1933 Los Oldenburg se establecen en Oslo y permanecen en la ciudad hasta 1936.
1936–45 Se establecen en Chicago, donde Gösta ocupa primeramente el cargo de cónsul y, más tarde, el de cónsul general hasta su jubilación en 1959.
1946–50 Claes Oldenburg acaba el bachillerato en la Latin School of Chicago y se especializa en arte y literatura ingleses en la Universidad de Yale.

1950–52 Asiste a cursos nocturnos —y, más tarde, a cursos diurnos— en el Art Institute of Chicago mientras trabaja como aprendiz de periodista para la agencia City News Bureau.
1953 Primera muestra pública de su obra en una exposición colectiva en el Club St. Elmo, Chicago.
1955 Deja el Art Institute of Chicago; expone sus dibujos en el 1020 Art Center. Para ganarse la vida, trabaja en el departamento de música de una librería y como ilustrador para la revista Chicago.
1956 Oldenburg se establece en Nueva York.
1958 Conoce, en la granja de George Segal en New Brunswick, a Allan Kaprow y a otros artistas asociados a la Hansa Gallery.
1959 Tom Wesselmann y Marc Ratliff contactan con Oldenburg para organizar una exposición en mayo en el sótano de la Judson Memorial Church. Oldenburg inicia su prolongada práctica de recopilación de "Pistolas de Rayos".
1960 Se interpreta la serie de performances Ray Gun Spex, que incluye las Instantáneas de la Ciudad (Snapshots from the City) de Oldenburg y su environment La calle (The Street) en la Judson Gallery. Se casa con Pat Muschinski (posteriormente conocida como Patty Mucha).
1961 A finales de año, se inaugura la instalación La tienda (The Store), que puede visitarse durante dos meses en un establecimiento alquilado de la East Second Street de Manhattan.
1962 De febrero a mayo, se organizan diez performances en La tienda. Durante el verano, Oldenburg transforma La tienda en un espectáculo en la Green. Crea lienzos suaves descomunales y las obras en yeso y esmalte para el estudio de La tienda.
1963 Oldenburg abandona Nueva York atraído por el incipiente escenario artístico de Los Angeles. Trabaja en el environment que se presenta en la Sidney Jannis Gallery el año siguiente y cuyo título es Conjunto de dormitorio (Bedroom Ensemble). Comienza a desarrollar el tema delHogar.
1964 Vuelve a Nueva York y es seleccionado para participar en una exposición colectiva que representará a EE.UU. en la Bienal de Venecia. Viaja por Italia y trabaja en París para una exposición que se celebra en la Galerie Ileana Sonnabend.
1965 Oldenburg crea los primeros dibujos del Museo de arte popular, n.y.c. (“Museum of popular art, n.y.c.) que posteriormente será el Museo Ratón (Mouse Museum) y diseña sus primeras propuestas de monumentos urbanos de enormes objetos tridimensionales
1966 El Moderna Museet presenta su primera gran exposición, con obras que datan de 1963 a 1966. Oldenburg presenta su última performance de los sesenta aunque más tarde, en 1985, crea Il Corso del Coltello en colaboración con Coosje van Bruggen en Venecia (Italia).
1969 El primer monumento "factible", Barra de labios (Ascendente) sobre orugas [Lipstick (Ascending) on Carterpillar Tracks] es encargado por un grupo de alumnos de arquitectura de Yale.
1972 Se crea la primera estructura del Museo Ratón para la Documenta 5 de Kassel. El exterior es diferente al creado en 1977, ya que en ese último la forma del ratón también puede apreciarse desde fuera.
1975–76 Comienza a colaborar con la historiadora del arte, escultora y crítica Coosje van Bruggen en proyectos a gran escala para espacios públicos. En las siguientes décadas, crean importantes monumentos que pueblan paisajes urbanos y colecciones museísticas de todo el mundo.
1977 Se casa con Van Bruggen. El Museo Ratón con su forma exterior actual viaja a diferentes países.
1985 Oldenburg y Van Bruggen idean la performance Il Corso del Coltello, junto con Germano Celant y Frank Gehry. Para dicha performance, Oldenburg y Van Bruggen crean El barco navaja I (Knife Ship I), una gran navaja suiza motorizada con remos para cruzar los canales venecianos.
2009 Fallece Coosje van Bruggen.
2012 Se inaugura en el mumok (Viena) la exposición Claes Oldenburg: Los años sesenta, que viaja a Colonia, Bilbao, Nueva York y Minneapolis.
Fuente: http://oldenburg.guggenheim-bilbao.es/artistas/claes-oldenburg/

lunes, 25 de noviembre de 2013

Lissitzky, abstracción rusa.


Proun 30 T de El Lissitzky (1890-1941, Russia)
El Lissitzky (1891-1940) fue uno de los principales protagonistas de la abstracción rusa. Llegó al arte abstracto bajo la influencia de las ideas suprematistas de Malévich, aunque pronto las abandonó por considerarlas excesivamente místicas. Creció en Vitebsk, en un ambiente profundamente marcado por la religión judía. Dotado para el arte, realizó el examen de ingreso en la Academia de Bellas Artes de San Petersburgo, pero fue rechazado por ser judío. Su familia le envío entonces a estudiar ingeniería y arquitectura a Darmstadt, en Alemania. Al estallar la Primera Guerra Mundial regresó a su país, donde en 1915 terminó sus estudios. Se relacionó con grupos artísticos renovadores, por ejemplo con la Sota de Diamantes, y comenzó a dedicarse a la ilustración de temas judíos, como Khad Gadya. En 1919 Marc Chagall le invitó a ser profesor de arquitectura y artes aplicadas en la Escuela de Arte de Vitebsk, de la que era director. Allí coincidió con Malévich, cuyas composiciones suprematistas fueron fundamentales en la evolución de su arte hacia la abstracción. Su afán por integrar la pintura y la arquitectura le llevó, hacia 1919, a crear sus primeros Prouns, unas obras que constituyeron su aportación principal al mundo del arte. Son composiciones de tipo geométrico con acusados efectos espaciales y arquitectónicos en los que el artista anuló todas las leyes tradicionales de la perspectiva. En 1921 se trasladó a Moscú a trabajar en los Talleres Superiores Artístico- Técnicos (Vjutemas), donde por aquel entonces estaba emergiendo el constructivismo. Pronto Lissitzky se convirtió en la figura puente entre los movimientos suprematista y constructivista en Rusia, y entre éstos y los demás movimientos de vanguardia europeos.
Lissitzky desarrolló también una importante actividad en el campo de la arquitectura y del diseño gráfico, con un incesante deseo de integrar el arte en la vida doméstica. Asimismo se le considera una figura fundamental en el diseño de espacios expositivos, entre los que destacan la sala de arte constructivo realizada para laInternationale Kunstausstellung de 1926 y el Abstraktes Kabinett del Provinzialmuseum (hoy Sprengel Museum) de Hannover de 1927. Su iconoclastia beligerante le convirtió en uno de los pioneros en la búsqueda de un nuevo lenguaje que sirviera a las necesidades de la nueva era.
Fuente: http://www.museothyssen.org/thyssen/ficha_artista/344

lunes, 4 de noviembre de 2013

Camille Pisarro, el impresionismo puro.

Camille Pissarro. Fue un pintor impresionista y después neo-impresionista francés. Está considerado como uno de los fundadores del movimiento impresionista. Como decano del impresionismo tuvo un importante papel de conciencia moral y guía artístico con un destacado papel como guía artístico de su época.

En 1855 parte hacia París, donde asiste a la Academia Suisse, solicitando consejos a Corot. Debuta en el Salón de 1859. Concurre al Salon des Refusés de 1863. Por entonces conoce a ManetWhistler y Cézanne, algo más tarde, a MonetSisley, Bazille. Durante la guerra franco-prusiana reside en Londres, se encuentra con Monet, conoce a Paul Durand-Ruel. De regreso a Francia trabaja con Cézanne en Pontoise (1872-1874). Expone junto con los impresionistas. Agobiado por una numerosa familia, Pissarro sufre constante penuria, lo que le obliga por momentos a hacer trabajos de ocasión, tales como como exornación de abanicos.[1]
En 1885 se alía a pintores divisionistas y concurre a sus exposiciones. En 1890 se separa bruscamente de este movimiento y retorna a la antigua manera impresionista. Desde 1885 vive en Eragny, cerca de Gisors, de donde incursiona a París, RuánDieppe para pintar paisajes y urbano
Nace el 10 de julio de 1830 en la isla de Santo Tomás, en las Pequeñas Antillas. Hijo de Abraham Gabriel Pissarro, un judío sefardí portugués y Rachel Manzano Pomié dominicana.
La niñez y la adolescencia de Pissarro transcurren en las Antillas, en Santo Tomás. Contra la voluntad de su padre, negociante, rehusa seguir la carrera comercial. Estudia con el paisajista dinamarqués Melbye.[1]
En 1847, tras concluir parte de sus estudios en Francia, regresó a Santo Tomás para ayudar en el comercio de sus padres. En sus momentos libres se dedicaba a dibujar. Posteriormente abandonó su hogar debido a la oposición de sus padres a que se convirtiese en artista. Viajó a Caracas en (1852), acompañado de su maestro, el pintor danés Fritz Melbye. Allí se dedicó plenamente a la pintura, realizando paisajes y escenas de costumbres.

Trayectoria artística

De 1868 a 1871 Pissarro vivió en Louveciennes, que estaba en la línea del avance prusiano hacia París, y habiendo los alemanes ocupado su casa, destruyeron todas sus pinturas. Entre tanto Pissarro se había refugiado en Inglaterra, estableciéndose en Londres, en Sydenham, de cuyas cercanías pintó numerosos paisajes. Él y Monet fueron invitados a presentar sus obras en la Real Academia, pero solo como extranjeros distinguidos, puesto que los artistas independientes ingleses eran tratados en Londres precisamente como Monet y Pissarro eran tratados en París.
Año tras año, el Salón se negó a exponer sus obras, y junto con otros impresionistas, se decidieron a exponerlas en otro local por su cuenta (1874-1886). Sin embargo, antes de esta decisión algunos de sus paisajes fueron aceptados en los Salones de 185918641865186618681869 y 1870.
Hasta 1866 pintó con gama sobria, a la manera que prevalecía entre los pintores influidos por Corot y Courbet. Sus obras de esta época de verdes austeros y grises sombríos constituyen lo que podría llamarse su manera negra. Su ascensión progresiva hacia la plena luz y yuxtaposición brusca de colores la debió a la influencia de Manet.
Vuelto a Francia, se estableció en Pontoise, donde vivió de 1872 a 1882. En esta época se comunicó frecuentemente con Vignon y Cézanne, trabajando junto a ellos, y adquiriendo un colorido esplendente, sugerido por el de Cézanne. Establecido en Pontoise, cesó de enviar obras al Salón y, en cambio, expuso en todas las exhibiciones de independientes, ayudando activamente a la manifestación del impresionismo.
Fue el pintor de la naturaleza agreste y de la vida rústica. Nunca buscó motivos raros ni horizontes excepcionales, ni embelleció las cosas. Por esto sus obras causaron entonces repugnancia, porque el público los consideraba vulgares y groseras, no pudiendo comprender el encanto de aquella sencillez natural. En 1883 se estableció en Eragny-Razincourt, y habiendo enfermado de la vista y no pudiendo soportar la intemperie, trasladó su residencia en Ruán, dedicándose a la pintura de escenas urbanas, interiores domésticos y otros asuntos semejantes, y pasando luego a París, donde aumentó su ya gran producción con admirables vistas de la gran ciudad.
Trabajó mucho al óleo, a la aguada, al aguafuerte y a la litografía. De sus obras, merecen mencionarse: Paisaje de Montmorency, Orillas del Marne, Ruta de Cachalas a la Roche Guyon, Otoño, La carretera de Louveciennes, Efecto de nieve, Orillas del Oise, Sendero a través de los campos, La recolección de manzanas, Vista de Ruán…
Está representado en la Sala Caillebotte de Luxemburgo, y en casi todas las colecciones de pintura impresionista. Varias de sus mejores obras están en la Colección Durand-Ruel, de París.

Muerte

El 13 de noviembre de 1903 muere en su apartamento del boulevar Morland de París. A los 73 años,sin lugar a dudas, con él muere uno de los grandes pintores impresionistas, mientras su obra, una de las más nobles y dignas de la historia del arte, permanece siempre llena de vida.
Su estilo en esa época era bastante tradicional. Al volver a Francia, después de una estancia en Londres, participó en el movimiento impresionista. Atraído por la tierra, fue un pintor rústico. Del período llamado de Pontoise (1872-1884, aproximadamente) datan sus mejores obras inspiradas en Monet y Cézanne: La siega en Montfoucault (1876), Los tejados rojos (1877), Primavera en Pontoise (1877). Tras un período neoimpresionista, volvió al lirismo y al esplendor cromático del impresionismo. En 1895, un empeoramiento de la enfermedad ocular que padecía le obligó a pintar paisajes urbanos de París desde la ventana: Avenida de la Ópera, Jardín de las Tullerías y Efecto de nieve. La obra de Pissarro, que abarca todos los géneros, está representada en el Museo de Orsay de París y en casi todos los museos de arte moderno del mundo.
Fuente: http://www.ecured.cu/index.php/Camille_Pissarro



domingo, 8 de septiembre de 2013

Lady Gaga (Nueva York, 1986) y Marina Abramovic (Belgrado, 1946) hacen arte. Para analizar


Hace cuarenta años, Alice Cooper y Salvador Dalí se conocieron en Nueva York. Quedaron, comieron, se emborracharon. En su epifanía, el surrealista le dijo al rockero: “Quiero hacer de ti una obra de arte. La llamaré El primer retrato cromo-holograma cilíndrico del cerebro de Alice Cooper. La pieza, en la que el músico desnudo viste una tiara y un collar de diamantes valorados en dos millones de dólares (de la época), está en el museo de Dalí, en Figueres.
El arco temporal que nos traslada desde entonces hasta hoy incluye incontables alianzas entre almas raras del arte y el pop, pero pocas han alcanzado tanta resonancia como la que se ha producido entre Lady Gaga (Nueva York, 1986) y Marina Abramovic (Belgrado, 1946). Este verano, la primera se sometía al Método Abramovic, un retiro físico y espiritual en la casa de campo de la veterana artista, al norte de Nueva York, donde pasó tres días realizando intensos ejercicios. Cada momento era un rito. Meditaba desnuda, entonaba un grito monótono hasta quedarse sin respiración, se perdía en el bosque con una máscara y tenía que volver a ciegas, se aislaba en una cabaña junto al río, reducía sus comidas a unas almendras. El vídeo resultante de las 30 horas de grabación se convirtió en la contribución de Gaga a reconstruir el teatro que ha de albergar el Marina Abramovic Institute, un espacio en Hudson (Nueva York) desde el que preservar la performance.
A través de la web de crowdfunding Kickstarter la cantante solicitó los 600.000 dólares necesarios para arrancar la reforma, que será supervisada por los arquitectos Rem Koolhaas y Shohei Shigematsu. La semana pasada se cerró el plazo con 661.454 dólares. Es la manera que tiene la princesa de las listas, a punto de lanzar su cuarto disco, ARTPOP, de agradecerle a la “madrina de la performance” el haber iluminado su camino. Como dijo al cronista pop Alexis Petridis, “de niña me obsesionaban Leigh Bowery y Klaus Nomi; de mayor, Yoko Ono y Abramovic”.
Ya en los premios MTV de 2009, cuando aún fraguaba su megaestrellato, Gaga lanzó un guiño a Abramovic. Al final de su interpretación de Paparazzi escenificaba “la muerte de una celebridad ante los ojos de América” con sangre falsa recorriendo su estómago. Algo que ya había realizado la serbia, de manera más cruda, tres décadas antes, trazando una estrella con una cuchilla en torno a su ombligo. Cada aparición de la vocalista parecía una declaración de principios arties: actuaba encaramada a un altísimo piano con patas esqueléticas como los elefantes de Dalí; se vestía de carne emulando a la performer Carolee Schneemann; o, comoen los premios MTV de hace dos semanas, reencarnaba a la Venus de Botticelli. “Gaga es lo suficientemente generosa como para proclamar de dónde provienen sus referencias, algo que jamás hará Madonna”, ha reclamado Abramovic.
El idilio personal entre ambas comenzó cuando la serbia se expuso durante tres meses a sí misma en la retrospectiva que le dedicó el MOMA de Nueva York en 2010. Cada día, durante las horas de exhibición, los asistentes realizaban inacabables colas para sentarse frente a ella en una silla vacía y compartir su mirada por un breve espacio de tiempo. Algunos VIP (Björk, Sharon Stone, Isabella Rossellini) se saltaban la línea. Gaga se negó a recibir ese tratamiento de superestrella y se perdió ese momento. La serbia supo de su visita después: todo el mundo que la vio acudir a la expo lo había tuiteado. “Gracias a su asistencia, público que habitualmente no pisaría un museo, chavales de entre 12 y 18 años, a los que no les importa una mierda la performance, empezaron a venir. Así es como se crean nuevas audiencias”.
No podían tener orígenes más diferentes. La intérprete de Poker face creció en el Upper West Side, fue a un colegio católico y su madre aún hoy es su mayor cómplice (preside la fundación Lady Gaga para chicos con problemas de integración). La serbia creció en una familia religiosa ortodoxa, con una estricta madre que la pegaba por exponer su cuerpo y pasó varios años de su juventud vagabundeando en una caravana destartalada junto a su novio, el artista Ulay, por Europa mendigando leche a los granjeros. A una le llevó tres décadas encontrar un reconocimiento, la otra obtuvo el triunfo instantáneo.
Como si se hubieran encontrado dos caras de una moneda, se volvieron inseparables. Se sumaban juntas al proyecto Artistas contra el Fracking impulsado por Yoko Ono o participaban en acciones benéficas organizadas por Robert Wilson. Detrás de su amistad se adivinan también los resortes que mueven la industria del espectáculo: se quieren, se admiran, pero también se necesitan. Su alianza se ha revelado perfecta. Gaga ha solidificado junto a esta veterana su credibilidad en el mundo arty y Abramovic ha rejuvenecido su target.
De hecho, fue gracias a la reivindicación de los jóvenes artistas que han dominado la escena neoyorquina en lo que va de siglo XXI (Rufus Wainwright, Antony Hegarty, James Franco) que esta sexagenaria abandonó el circuito especializado para alcanzar una renovada popularidad. La semana pasada volvió al festival de Venecia (en 2012 fue jurado) para presentar el tráiler de la película que está montando sobre la vida de James Franco. El polifacético actor le entregó 90 cintas que ha grabado sobre su vida y le ha dado permiso para que la monte como le plazca. Es su debut como directora. Gaga se estrena como actriz en Machete kills, de Robert Rodríguez, que veremos en octubre. Sus hilos se entretejen, una vez más, en una extraña madeja. La misma que hará que en un mes, cuando la vocalista lance sus nuevas canciones ante la audiencia planetaria, la performer recree en Oslo junto a 300 personas El grito, de Munch. Por muchas cosas que las diferencien, ahora que sus voces se han fundido resultará difícil separarlas.
Fuente: http://elpais.com/elpais/2013/09/06/gente/1378495638_609895.html

domingo, 25 de agosto de 2013

Jean-Michel Basquiat y la cultura pop


Aquel viernes el calor prendía fuego Nueva York, pero Jean-Michel Basquiat no se dio por enterado. Ya era la tarde del 12 de agosto y él dormía en su cuarto: por entonces trabajaba de noche y se quedaba pintando hasta la mañana. Sonó el teléfono y su novia, Kelle Inman, que se encontraba en la planta baja del piso que compartían en el 57 de Great Jones Street, lo atendió. Era Kevin Bray, un amigo de Basquiat con quien el artista pensaba ir a un recital de Run DMC a la noche. Kelle creyó que era buena idea despertarlo. Cuando entró al cuarto lo primero que le impresionó fue el calor: el aire acondicionado se había roto. Buscó a Basquiat en la cama pero no lo encontró: estaba en el piso, acurrucado. Un vómito blanco acompañaba su cuerpo. Kelle lo llamó pero su novio no reaccionó. La joven intuyó que algo andaba mal. Bajó corriendo y llamó a la ambulancia. Antes de llegar al hospital, Jean-Michel Basquiat, el tipo que revolucionó el arte en los ’80, el hombre que gracias a su genio conquistó los sentidos y los bolsillos de esa ciudad, el artista ardiente que interpretó con sus pinceladas y su estilo el pulso urgente de una época colosal y desquiciada, estaba muerto. Se había inyectado heroína –las jeringas con sangre se desparramaban en su cuarto–, pero finalmente lo terminó matando, según la autopsia, un cóctel de opio y cocaína. Fue hace un cuarto de siglo. Tenía 27 años. Era el Rimbaud de la pintura.

EL MESIAS EN LA CALLE

Hijo de un padre haitiano y una madre puertorriqueña, en la obra y en el cuerpo de Basquiat se anida –se sintetiza– buena parte de la historia universal reciente, dibujando, con su pirueta vital, una elipsis temeraria que atraviesa, como un disparo, las paredes de la cultura occidental contemporánea. Sus raíces africanas estallan desde sus cuadros: allí hay angustia y opresión. También sus referentes musicales y deportivos: reyes negros de talento inmaculado. Y, cómo no, su ciudad, esa fascinante lengua de edificios que lo coronó como su nuevo Mesías y que lo llenó de gloria y de basura; de dinero, agobio y adicciones.
Alumno desparejo e inquieto, pero dueño de un talento que sólo necesitaba ponerse en movimiento para fluir, Basquiat no tuvo educación formal en el arte. Su madre le despertó la curiosidad llevándolo a museos, pero ya desde muy chico comenzó a dibujar y pintar sin tregua. A los 19, con unos pocos dólares, tomó la decisión de mudarse a Manhattan. En ese momento –1979– Nueva York era Babilonia, el mejor lugar del mundo para ser un artista. La ciudad palpitaba de nuevos deseos. Bandas como Talking Heads o Blondie le ponían sonido e ilustración al post-punk. De los sótanos negros comenzaba a emanar un ritmo que sería himno urbano: el hip hop. Los hijos del baby boom estaban por tomar las calles y los despachos, los escenarios y los corazones.
Si bien Basquiat nunca perteneció del todo a la cultura grafitera –nunca pintó en subtes–, sí se hizo conocido por sus intervenciones callejeras. Junto a su amigo Al Díaz estampaba frases de corte existencial, a veces delirantes, y las firmaba con el seudónimo SAMO (“Same Old Shit”: “la misma mierda de siempre”), acompañadas con el logo de marca registrada ((c)), una sutil crítica al capitalismo que se convertiría en un clásico de su obra.
A principios de los ’80, el legado de la cultura punk comenzó a filtrarse entre las grietas de un ambiente, el del arte, inmóvil y desencantado. Al tiempo que una nueva corriente, el neoexpresionismo, empezaba a seducir público y crítica, el nombre de SAMO comenzaba a circular con insistencia. Todos querían saber quién era ese críptico garabateador fantasma. En las fiestas se hablaba de él. El Village Voice, un periódico que retrataba la movida neoyorquina, le hizo su primera entrevista. La leyenda se había echado a andar.
Con apenas 20 años, y después de coquetear con la música –junto al actor Vincent Gallo formó un cuarteto llamado Gray en el que tocaba el sintetizador–, Basquiat abandonó a SAMO y comenzó a pintar sin parar, a construir el mito. Recogía de la calle puertas, ventanas y cualquier tipo de dispositivo que pudiera servirle como plataforma para su arte. Coloreaba postales y tarjetas y las vendía por la calle. Había alquilado un departamento de un ambiente con su novia y lo utilizaba como atelier. Era un lugar dantesco. Hasta allí llegó una tarde de 1980 Diego Cortez, un curador y amigo que ya admiraba su obra. Lo acompañaba Jeffrey Deitch, crítico y consultor cultural, autor de Art in America, un libro esencial para entender la época. Aun cuando la presencia de Deitch pudiera representar un honor o incluso una responsabilidad, Basquiat lo recibió con una mezcla de ternura y desdén, dos rasgos característicos. En la carrera de Basquiat, Deitch no sería un hombre cualquiera: ocho años después, en una mañana lluviosa de verano, pronunciaría el responso en el funeral del artista. Aquella tarde Deitch se sorprendió al ver las paredes y hasta la heladera plagada de dibujos. Pero más se sorprendió por el estilo salvaje. “Una demoledora combinación de De Kooning con pintadas subterráneas”, escribiría. Deitch le compró cinco dibujos por 250 dólares. Fue la primera venta de Basquiat y Deitch tuvo que recordarle que firmara la obra.
Para entonces el neoexpresionismo se consolidaba. Muestras y galerías recibían obras de autores jóvenes que empezaban a cautivar a un público que también se transformaba. El arte ya no era consumido –comprado– sólo por la alta burguesía, sino por una nueva generación de profesionales arrogantes y hedonistas, surgidos de la clase media, que buscaban decorar sus reciclados lofts. En ese contexto, la irrupción de Basquiat tuvo la fuerza de un relámpago que iluminó y resignificó la pintura. Con él volvió el primitivismo, con él nació el estilo Basquiat. Esqueletos, figuras abstractas, calaveras, palabras, colores vivos, cultura negra: todos esos elementos se fusionaban para pergeñar una obra desbordante de pasión y energía primal.
Su nombre comenzó a circular por los pliegues del ambiente. Un pintor italiano, Sandro Chia, factótum del despertar del expresionismo en NY, fue uno de los primeros en reparar en él. “Sus pinturas capturan la espontaneidad y la realidad emocional de la ciudad. Están llenas de elementos disparatados que en apariencia no tienen conexión, pero que por alguna razón, juntos, encajan perfecto”, diría después. Chia recomendó a Basquiat al vendedor italiano Emilio Mazzoli, que de inmediato le compró diez pinturas por cerca de 10 mil dólares y le ofreció hacer una muestra en Modena. Basquiat fue, vendió algunas obras y, en Europa, realizó su primera exhibición pública.
Con apenas 21 años, negro, flaco, lleno de sensibilidad y talento, el irresistible Basquiat era el sabor del futuro. La dueña de una galería del SoHo, Annina Nosei, decidió “adoptarlo”. Basquiat necesitaba dólares para comprar sus materiales y también un lugar donde trabajar. Nosei le ofreció el sótano de su galería y le dio dinero. Mientras JMB comenzaba a producir y a pintar todo el día, Nosei llevaba vendedores y coleccionistas a su galería para que vieran en acción a esa fuerza de la naturaleza, el arrollador paso de ese potrillo hambriento. Pero aquello también le trajo algunos problemas, porque Nosei vendía sus originales no bien Basquiat los finalizaba, lo que molestaba al artista. Empezó a sentirse incómodo. En marzo de 1982, luego de acudir a la primera muestra “solista” de Basquiat en la galería de Nosei, Jeffrey Deitch, el primero que había comprado una obra suya dos años antes, escribió: “Ahí encerrado, Basquiat parece un chico de la calle que es mirado con asombro por la intelligente del arte. Es como si un brillante Lou Reed les cantara sobre heroína a chicos del secundario”.

MADONNA & WARHOL

De esa época data una de sus primeras grandes obras, Per Capita, un trabajo seminal en el que, rodeado de palabras, un boxeador negro sostiene una antorcha que flamea con fuerza. Nunca admitido por Basquiat, es probable que se tratara de Mohammed Ali, por la marca Everlast en los pantalones. Su obra pareció profética: quince años después, con JMB ya muerto, un crepuscular Ali sostendría la antorcha con la que se inauguraron los Juegos Olímpicos de Atlanta ’96. Fue uno de los momentos más emotivos de la historia del deporte.
Basquiat se cansó del dominio de Nosei –“No quiero ser una mascota del arte”– y abandonó el lugar. Siguió pintando sin parar. Entre fines de 1982 y 1983 realizó algunos de sus trabajos más decisivos. En ellos asoma otro elemento omnipresente en su obra: la música. Los nombres y las siluetas de figuras legendarias y agónicas como Jimi Hendrix, Miles Davis, Dizzy Gillespie y especialmente Charlie Parker aparecen una y otra vez. Pero al tiempo que sus héroes irrumpían en sus lienzos y que Basquiat se convertía en la bestia pop del arte, en Nueva York otros músicos comenzaban a trasladar la voz de la raza negra del under a la superficie, del guetto al mainstream. Como ocurría con la obra de Basquiat, un naciente hip hop albergaba en sus entrañas el grito atragantado y lacerante de siglos de sometimiento. La diáspora africana encontraba ventrílocuos para su dolor ancestral: cada uno a su modo, Basquiat y el hip hop cumplieron ese rol. En 1983, Henry Geldzahler, curador del Museo Metropolitano de NY, le preguntó a Basquiat si había enojo en su obra. “El 80 por ciento es enojo”, respondió.
Para esa época Basquiat se zambulle –se hunde– en la aristocracia de la noche neoyorquina. En 1983 se vincula con dos personajes imprescindibles de la ciudad: Madonna y Andy Warhol. Con la primera mantiene un romance; el segundo le cambia la vida. No bien lo conoció, Warhol experimentó por Basquiat un sentimiento paternal inapelable que mezcló –confundió– lo emocional con lo profesional. Comenzaron a producir juntos y son varios los que creen que fue el arte de Warhol el más beneficiado. Warhol era el consejero; Basquiat el joven frágil que quería comerse el mundo a tarascones. Pero Warhol era, además, el gran apóstol de la época, quien mejor interpretaba el sentido del arte de su tiempo. “Para tener éxito un artista debe presentar su obra en una buena galería por la misma razón por la que Dior jamás estrenaría su colección en un local de poca categoría”, decía. Pragmatismo y codicia en una década bañada por la plata dulce de Wall Street. Era la consagración del placer material, la era Reagan. Sólo en 1983 en Nueva York se invirtieron 2 mil millones de dólares en arte. Por eso mismo, tal vez, Basquiat temía que lo suyo fuera pasajero. “Tengo miedo de ser apenas un fogonazo de la moda”, le decía a Warhol. Se hicieron íntimos, la clase de relación que trasciende lo corporal. A veces, eran las 4 de la mañana y sonaba el teléfono en lo de Warhol: Basquiat lo llamaba desde Roma y llevaba cuatro días sin dormir. Otras veces Warhol notaba, alarmado, cómo Basquiat se desdibujaba bajo los efectos de la heroína. “Una tarde se agachó para atarse los cordones y permaneció en esa posición cinco minutos, quieto”, recordaría en sus diarios, donde se puede apreciar la desmesura del discípulo. Allí se lee, entre otras cosas, que el piso de su departamento estaba tapizado de billetes de 100 dólares arrugados y obras recién pintadas. Warhol recuerda la cara de estupor de los maîtres de los restaurantes cuando Basquiat, sin mirar el menú, les pedía “el champagne más caro”.
Pero la entronización definitiva ocurrió el 10 de febrero de 1985. Ese día, ataviado con un traje Armani con el que solía pintar, Basquiat ocupó la tapa de la revista dominical de The New York Times. Un largo artículo radiografiaba el vertiginoso ascenso de Basquiat (“Hace sólo cinco años dormía de prestado en el sofá de sus amigos”) y detallaba los pormenores de un mercado, el del arte, en furiosa expansión. Algunos especialistas se permitían dudar sobre la perdurabilidad de Basquiat, algo entendible en un ambiente que se toma su tiempo para elevar al Olimpo a sus nuevas figuras y que, en este caso, estaba venerando a un artista de sólo 24 años. Basquiat tenía la ciudad a sus pies, lo cual, paradójicamente, también potenciaba su vulnerabilidad. Si bien fue el artista que mejor capturó el espíritu de su tiempo, él trascendió las fronteras del neoexpresionismo para crear un estilo único. “Era un artista que podía conjugar una exuberante espontaneidad con un firme dominio de los fundamentos del arte”, explica Marc Mayer, curador de una retrospectiva suya en el Museo de Brooklyn en 2005. Mayer cree que Basquiat era mucho más que “un talento adecuado que se desplegó en el momento justo. También era alguien con un profundo conocimiento y una enorme sed de más, alguien que utilizó su arte para obtener más conocimiento aún y para procesar todo lo que sabía sobre la historia de su raza”.
Para mediados de los ’80, sus cuadros se vendían de a decenas y se cotizaban entre 10 mil y 25 mil dólares. El pintaba todos los días. “Eso es lo único que me interesa hacer, además de levantarme chicas. Además, si no pinto, a los pocos días me aburro”, decía en un reportaje. Con el mercado llegando a su cenit –para esa época Nueva York albergaba más de 450 galerías de arte, contra las 70 que tenía a comienzos de los ’70–, la vida artística de Basquiat volvió a dar un vuelco cuando tomó distancia de Warhol. Según una versión, en septiembre de 1985 Basquiat decidió escapar de la factoría luego de que una crítica de The New York Times considerara que su trabajo, influenciado por Warhol, se había vuelto demasiado obvio. John Russell, el autor de la reseña, aconsejaba a Basquiat alejarse. Así lo hizo.

EL FUEGO INOLVIDABLE

Sus obras ya eran vendidas y exhibidas en todos lados: Japón, Suecia, Alemania, el mundo. Convertido en celebridad, el éxito y el dinero exacerbaron el desasosiego en Basquiat. Comenzó a experimentar sensaciones encontradas, como si todo eso que había provocado lo volviese un esclavo. Odiaba ese mundo en el que se veía inserto: “Está lleno de mercenarios que se quieren hacer ricos lo más rápido posible”. Se volvió más irritable, más desconfiado. La droga, claro, no ayudaba. “Tomo drogas para mantener la concentración”, se excusaba, pero todos sabían que esa espiral sólo lo conduciría al abismo. Para obtener algo de calma, viajó unos meses a Hawai con su padre y su novia. En la isla fue feliz, abandonó las drogas y pintó. Pero al poco tiempo de regresar recibió una noticia devastadora: Warhol había muerto. Era 1987 y si bien estaban alejados, la muerte de su “padrino” lo sumió en una profunda depresión. Oscurecido por las drogas, sus cuadros se volvieron más espaciosos, más grandes y también más ominosos. Las apelaciones a la muerte comenzaron a aparecer repetidamente en ellos. Taciturno, cualquier crítica lo exasperaba. Su estrella comenzaba a declinar.
Viajó a Los Angeles, donde solía ir para trabajar tranquilo. Pero seguía mal: creía que su carrera estaba terminada. De regreso a Nueva York, sus días estaban contados. Al poco tiempo murió, dejando más de mil cuadros –algunos se venden en más de 40 millones de dólares–, más de mil dibujos y una peripecia vital inigualable, que incluye el hecho de haber colonizado el mercado blanco a través de su indagación de la experiencia negra. Su arte –agresivo, inmediato, crudo– auscultó en las profundidades y en las contradicciones del sistema. Fue un ángel crispado y fatal que se quemó con su propio e inolvidable fuego.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-9064-2013-08-23.html