En Basilea, en
coincidencia con la celebración de Art Basel, el Museo Tinguely presentó una
hermosa exposición, que permanecerá abierta hasta el próximo 14 de octubre,
sobre la obra de Vladimir Tatlin (1885-1953), el gran artista de la vanguardia
rusa. La muestra es magnífica. A casi veinte años de la primera exposición
monográfica sobre Tatlin en Occidente, que tuvo lugar en la Kunsthalle de
Düssledorf en 1993, Gian Casper Bott, el comisario de Tatlin. Un nuevo arte
para un mundo nuevo, ha reunido en el Museo Tinguely más de cien obras, en
su mayoría provenientes de importantes museos internacionales, que permiten una
reconstrucción bastante completa de este creador decisivo en la historia de las
vanguardias artísticas.
Tatlin con un asistente
junto a la maqueta del
Monumento a la Tercera
Internacional (Petrogrado,
1920).
No cabe duda de que la
figura de Tatlin está centralmente asociada, tras su redescubrimiento en los
años sesenta del siglo pasado, con una obra que nunca se llegó a realizar y que
precisamente por ello, en su no realización, es una expresión nítida del sueño
no cumplido de las vanguardias. Me refiero a su Monumento a la Tercera
Internacional (1919-1920), del que Tatlin sólo llegó a construir una
maqueta, que es en sí misma una síntesis de todos los géneros artísticos. Esta
torre de la revolución, que tanto recuerda en su forma a las versiones
pictóricas clásicas de la Torre de Babel, fue concebida por Tatlin como sede del
gobierno de un nuevo orden social. Debía tener 400 metros de altura y estar
colocada paralelamente al eje de la tierra, con cuatro volúmenes interiores que
girarían alrededor de su propio eje, en concordancia con los ritmos y las leyes
cosmológicas. La revolución social se articularía así dinámica y armónicamente
con las revoluciones de los astros. La guerra civil rusa, la falta de materiales
y las limitaciones tecnológicas de la época impedirían la construcción de este
proyecto visionario, naturalmente completamente inviable después en los años
grises del estalinismo y el realismo socialista.
En la exposición,
aparte de todo un conjunto de importantes documentos históricos, se muestran dos
de las mejores reconstrucciones de la maqueta del Monumento, la realizada
en 1979 que forma parte de las colecciones del Centro Pompidou en París y la de
1993 que se conserva en la Galería Tretiakov en Moscú. La maqueta de la torre,
con su dinamismo y su voluntad ascensional puede servir como hilo rojo para
comprender el carácter utópico de Tatlin. Marinero en su juventud, inició pronto
su trabajo como pintor, primero estudiando las formas tradicionales de los
iconos, pero rápidamente abriéndose hacia una versión personal del cubismo, con
gran influencia de Picasso, de la que se presentan importantes ejemplos en la
muestra. Es interesante apreciar que mientras en los retratos masculinos Tatlin
representa los rasgos faciales, en sus representaciones de mujeres, en la
exposición únicamente desnudos, los rostros son formas geométricas vacías. De la
pintura, Tatlin pasó a la experimentación con los materiales, en sus relieves y
contrarrelieves, en un intento de ir más allá del carácter supuestamente
burgués del cuadro.
Vladimir
Tatlin: Composición con desnudo femenino (1913).
Óleo
sobre lienzo, 143 x 108 cm.
Galería
Tretyakov, Moscú.
En paralelo, trabajó
también durante toda su vida en numerosos proyectos escenográficos para el
teatro, siendo referencial su pasión por El holandés errante, la historia
del barco fantasma de Richard Wagner que, significativamente, deberíamos
traducir literalmente del alemán como El holandés volante. Y es que, como
voy sugiriendo, la obsesión por subir, ascender, ir hacia lo alto, en
definitiva: volar, es el auténtico núcleo estético de toda la trayectoria
artística de Tatlin.
Vladimir
Tatlin: Letatlin (1929-1932).
Reconstrucción de Jürgen
Steger, 1991.
Zeppelin Museum
Friedrichshafen, on loan from Fraport AG Frankfurt am Main.
Tras el proyecto del
Monumento a la Tercera Internacional, y antes de verse forzado en las
décadas finales de su vida a una pintura de carácter figurativo, Tatlin
abordaría en los años veinte el intento de dar forma plástica a su sueño de
hacer volar a los hombres. Esa idea culminaría entre 1929 y 1932 con unas
esculturas volantes, a las que da el nombre de Letatlin, que
recuerdan intensamente los diseños de Leonardo da Vinci. Aparte de importantes
documentos, podemos ver dos excelentes reconstrucciones de estas esculturas, con
las que Tatlin buscaba “devolver al hombre el sentimiento del vuelo”, que le
habría sido robado por “el vuelo mecánico del aeroplano”. Bellísimas en sus
formas dinámicas, seguramente no podríamos volar físicamente con ellas, pero al
verlas resulta difícil en cambio no elevarse hacia lo más alto en la
imaginación.
PUBLICADO
EN: ABC
Cultural (http://www.abc.es/), nº
1053, 7 de julio de 2012, p. 32.
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