En plena era del selfie que inunda de imágenes las redes sociales, David Hockney ha decidido regresar al retrato pictórico convencido de que la cámara no puede transmitir la misma e intensa emoción. El artista británico (Bradford, Inglaterra, 1937), cuya obra ha venido experimentando en los últimos años con las nuevas tecnologías, despliega ahora en la Royal Academy londinense una colección de cuadros a modo de reflexión sobre uno de los géneros más tradicionales y sobre nuestras percepciones sobre el valor del retrato en el siglo XXI.
“Los famosos (celebrities) están hechos para la fotografía. Y yo no retrato a famosos sino a mis amigos”, ha explicado Hockney sobre ese desfile de familiares, amigos, ex parejas y estrechos colaboradores por su estudio de Los Ángeles para posar ante uno de los grandes artistas británicos vivos. De su mano ha regresado a los acrílicos después de dos décadas de experimentar con el iPhone y el iPad, aunque nunca dejara de lado los óleos y acuarelas.
La exposición 82 Retratos y Una Naturaleza Muerta, fruto del trabajo de los dos últimos dos años y medio, quizá sorprenda a algunos seguidores de un artista tan reconocido como popular. O a quienes en 2012 acudían en masa a su anterior muestra de paisajes de su Yorkshire natal, una de las más exitosas de la historia de la misma Royal Academy, con 600.000 entradas vendidas. Porque la propuesta recoge una galería de personajes poco o nada conocidos para el gran público, cada uno de ellos sentado en la misma silla y ante el mismo fondo bicolor, en una sucesion de lienzos que presentan idéntico formato (121,9 x 91,4 centímetros).
“En estos tiempos de autorretratos interminables y sin sentido (la obsesion por el selfie) es interesante lo poco que sabemos de nosotros mismos”, ha subrayado una de las modelos de Hockney y comisaria de la muestra, Edith Devaney, sobre la exploración psicológica que busca el autor en sus cuadros. Concebidos como un cuerpo único de trabajo, su ejecución respondió a una ceremonia cronometrada: todos los protagonistas, desde la madre y hermanos del pintor hasta el arquitecto Frank Gehry, pasando por el hijo pequeño de unos amigos, fueron invitados a posar durante tres días, en intensas sesiones que Hockney describe como “veinte horas de exposición” en un irónico comentario sobre la fotografía. La naturaleza muerta del título es una banqueta cubierta de frutas que ejecutó cuando uno de los convocados no llegó a la cita.
La tensión en las manos del marchante de arte y galerista Larry Gagosian denotan la impaciencia mientras Hockney perfilaba su retrato al carboncillo antes de iluminarlo con los vivos colores del acrílico. La pose extremadamente formal del hijo de 11 años de la artista Tacita Dean, Rufus, ataviado con el chaleco y la corbata típicos de los colegiales británicos, contrasta con los pantalones color rosa y corbata roja de lunares del sonriente cómico australiano Barry Humphries. Modelos jovenes con vestidos mínimos y zapatos de plataforma se exhiben junto a la seriedad del filántropo y coleccionista lord Jacob Rotschild, a todas luces demasiado alto para la silla.
Todos ellos integran el círculo más íntimo del artista y le arroparon en un momento de crisis personal y creativa. Hace tres años, y cuando ya llevaba una década reinstalado en su casa-estudio de Bradford tras la larga etapa de las piscinas luminosas de Los Ángeles, su asistente Dominc Elliott murió tras ingerir lejía en pleno éxtasis de drogas. El Hockney destrozado que decidió volver a California se fijó un día en la pose de aflicción de otro de sus colaboradores, Jean-Pierre Gonçalves, a quien acabó pintando reclinado hacia adelante, la cabeza escondida entre las manos.
Aquel episodio fue el germen de un proyecto que devuelve a Hockney a uno de los géneros que más le han interesado durante su prolífica producción, junto al de los paisajes. Mujeres y hombres, jóvenes y viejos, relajados o rígidos, sus personajes son también un reflejo de cómo nos vestimos hoy (apenas hay alguna corbata) y, sobre todo, de cómo nos mostramos a nosotros mismos. En un mercado dominado por el arte conceptual, las instalaciones, el performance o el vídeo, el artista que fuera pionero en el uso de las herramientas digitales reivindica ahora que el selfie no mató a la estrella de la pintura.
Fuente: http://cultura.elpais.com/cultura/2016/07/01/actualidad/1467373890_560985.html