Paul Klee (1879-1940) arriba a este mundo en Berna, Suiza. Pertenece al famoso movimiento del expresionismo alemán representado por Der Blaue Reiter (el Jinete Azul), constituido en 1910. Es gran amigo y colega de Wasilli Kandinsky y enseña en la Bauhaus, ¨la casa en construcción¨ en Weimar, la célebre escuela de artes que busca unir a maestros y alumnos en el fervor por el arte y el conocimiento. En su evolución como artista, Klee experimenta la influencia del cubismo órfico de Robert Delaunay y del malagueño Pablo Picasso. En su obra imperan los fuertes coloridos y el regreso a una mirada infantil de la existencia. Lo mismo que en la inocente percepción del niño, en Klee el mundo se halla en constante devenir. Es una continua polifonía de nuevos colores, figuras y texturas. La creación no es un diamante pesado, inmóvil y definido. Por el contrario, es fosforescencia inacabable que sopla siempre desde una nueva dirección. Por eso, en su pintura no se refleja el mundo aparente, visible, conocido. Su pincel pinta otros mundos que coexisten con el nuestro. Libre imaginación romántica que ruge ante el parco realismo. En esa posición se manifiesta la singularidad del espíritu expresionista. El propósito del arte ya no es reflejar la naturaleza conocida, sino expresar los disímiles rostros que el espíritu oculta dentro de la materia.
En su pintura, Klee recibe una fuerte influencia de la música (su padre, Hans Klee, es profesor de música en Berna y su madre, una cantante). A los once años, Klee es miembro especial de la orquesta de la Sociedad Musical de Berna. Pero luego decide sustituir la ejecución musical por la libre plasmación de colores, de la pintura. Pero esta libertad creadora no es arbitraria ya que Klee pretende aplicar la técnica de la composición musical en sus cuadros. El lienzo deviene pentagrama, y las pinceladas de color son las notas musicales. A través de esta musicalidad melódica en el modo de pintar, Klee pretende conseguir una armonía musical en sus pinturas.
Junto a la música también es esencial para su arte una mística del color. En su juventud, realiza un viaje a Tunez. Se encuentra allí con los exasperados fulgores de la arena, con el diáfano y diamantino torso del cielo. La vivacidad del desértico paisaje africano lo acerca a lo observado. Africa, una geografía que conserva un aura arcaica, primitiva respecto a Europa. Allí, el pintor ya no observa el color fuera de sí desde una silenciosa distancia. En el llamado continente negro, Klee se convierte en el color: ¨el color se ha apoderado de mí. Me ha tomado para siempre, lo sé. Este es el significado de la hora feliz; el color y yo somos una sola cosa. Soy pintor¨.
En el expresionismo de Klee, el color deja de ser accidente para convertirse en sustancia. Antes, la coloración es un atributo cambiante de las formas. Por ejemplo: los matices del cielo fluctúan en el devenir del día a la noche; pero el firmamento en su forma, en su fisonomía de bóveda, es constante. La bóveda sostiene así la cambiante danza de los colores. Pero en el arte de Klee la forma existe gracias al color. El color es ahora el receptáculo que contiene a las formas. Puede imaginarse una noche vacía, carente siquiera de la negra tonalidad de los espacios insondables del cosmos. Si el color se manifiesta surgirán los cuerpos astronómicos. Pero no serán estrellas, cometas o planetas que exhiben diferentes colores. Lo que habrá son colores que inventan las figuras de los planetas, cometas y estrellas.
Multitud de nuevos cielos y tierras, de nuevas ciudades y nubes descansan quizá en aquella noche vacía. Una noche acaso gobernada un resplandeciente candelabro. Que brilla y espera en una suerte de inconciente de la imagen. Un candelabro que simboliza la potencialidad creadora de la propia naturaleza. El color de Klee colorea el candelabro que vive latente en la noche por debajo de la conciencia y de lo directamente visible. El color, quizá, crea coloreando algunas de las figuras de la llama del candelabro que arde en la noche que es el inconciente del ojo habitual.
En 1936 Klee debe abandonar Alemania a causa de la irrupción de la negra marea nazi. Muere en el sanatorio de Locarno en 1940. Como ocurre con todo artista, la desaparición de su cuerpo físico es reemplazada por la perduración del cuerpo de la obra. Y en la anatomía de colores de la obra de Klee perdura la actitud estética que no imita las formas visibles de la naturaleza sino su poder creador. (por Esteban Ierardo)
Fuente: http://www.temakel.com/pklee.htm
En su pintura, Klee recibe una fuerte influencia de la música (su padre, Hans Klee, es profesor de música en Berna y su madre, una cantante). A los once años, Klee es miembro especial de la orquesta de la Sociedad Musical de Berna. Pero luego decide sustituir la ejecución musical por la libre plasmación de colores, de la pintura. Pero esta libertad creadora no es arbitraria ya que Klee pretende aplicar la técnica de la composición musical en sus cuadros. El lienzo deviene pentagrama, y las pinceladas de color son las notas musicales. A través de esta musicalidad melódica en el modo de pintar, Klee pretende conseguir una armonía musical en sus pinturas.
Junto a la música también es esencial para su arte una mística del color. En su juventud, realiza un viaje a Tunez. Se encuentra allí con los exasperados fulgores de la arena, con el diáfano y diamantino torso del cielo. La vivacidad del desértico paisaje africano lo acerca a lo observado. Africa, una geografía que conserva un aura arcaica, primitiva respecto a Europa. Allí, el pintor ya no observa el color fuera de sí desde una silenciosa distancia. En el llamado continente negro, Klee se convierte en el color: ¨el color se ha apoderado de mí. Me ha tomado para siempre, lo sé. Este es el significado de la hora feliz; el color y yo somos una sola cosa. Soy pintor¨.
En el expresionismo de Klee, el color deja de ser accidente para convertirse en sustancia. Antes, la coloración es un atributo cambiante de las formas. Por ejemplo: los matices del cielo fluctúan en el devenir del día a la noche; pero el firmamento en su forma, en su fisonomía de bóveda, es constante. La bóveda sostiene así la cambiante danza de los colores. Pero en el arte de Klee la forma existe gracias al color. El color es ahora el receptáculo que contiene a las formas. Puede imaginarse una noche vacía, carente siquiera de la negra tonalidad de los espacios insondables del cosmos. Si el color se manifiesta surgirán los cuerpos astronómicos. Pero no serán estrellas, cometas o planetas que exhiben diferentes colores. Lo que habrá son colores que inventan las figuras de los planetas, cometas y estrellas.
Multitud de nuevos cielos y tierras, de nuevas ciudades y nubes descansan quizá en aquella noche vacía. Una noche acaso gobernada un resplandeciente candelabro. Que brilla y espera en una suerte de inconciente de la imagen. Un candelabro que simboliza la potencialidad creadora de la propia naturaleza. El color de Klee colorea el candelabro que vive latente en la noche por debajo de la conciencia y de lo directamente visible. El color, quizá, crea coloreando algunas de las figuras de la llama del candelabro que arde en la noche que es el inconciente del ojo habitual.
En 1936 Klee debe abandonar Alemania a causa de la irrupción de la negra marea nazi. Muere en el sanatorio de Locarno en 1940. Como ocurre con todo artista, la desaparición de su cuerpo físico es reemplazada por la perduración del cuerpo de la obra. Y en la anatomía de colores de la obra de Klee perdura la actitud estética que no imita las formas visibles de la naturaleza sino su poder creador. (por Esteban Ierardo)
Fuente: http://www.temakel.com/pklee.htm
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